No hay segmento social más desigual por elevación que el que defiende a diario la igualdad. Nadie manifiesta desear tanto ese desiderátum como quien lo convierte, al mismo tiempo, en una grotesca burla de la que a expensas del truco vive y se ríe como un triunfador. El timo de la igualdad funciona desde que se inventó el socialismo como un mantra recurrente, útil a la luz de la Historia para que sus promotores se hicieran completamente desiguales. Por arriba, claro, y por abajo los demás.
La igualdad no existe en la naturaleza, es una construcción social para que cierto orden de justicia, derechos y obligaciones puedan alcanzar a todas las personas sin mediar discriminación por razón alguna. En este argumento, a menudo, flaquea la tercera pata: la de las obligaciones. Hace unos días, en uno de esos programas ñoños de las teles dopadas, un joven de no más de veinte años decía: «el Estado tiene la obligación de mantenerme, porque yo no quiero trabajar». ¿Entienden ahora lo del timo de la igualdad?
La igualdad, en mi opinión debe ser considerada desde el punto de partida de las oportunidades, y con matices. En una sociedad justa todos debemos tener la oportunidad de estudiar, de tener acceso a la salud o de acceder a un puesto de trabajo, pero sin obviar el mérito. Exigir la igualdad en los resultados es no aceptar la igualdad de oportunidades. ¿Para que querría alguien las mismas oportunidades que un triunfador, si tocándose las pelotas mientras el otro se parte el lomo currando puede exigir y disfrutar iguales resultados? O lo que es más sangrante, exigirle que reparta lo conseguido a partes iguales.
La igualdad del socialismo consiste, según vemos en la Historia, en esquilmar a quien lo gana para vivir como si lo ganaran sus promotores ideológicos. Ejemplos a lo largo y ancho del mundo tenemos hasta cansarnos. Países en la miseria y sus dirigentes en la riqueza. Por alguna extraña razón, los socialistas en fuga nunca suelen ir a disfrutar la igualdad a países como Venezuela, Cuba, Corea o similares, prefieren antes lugares desiguales según ellos como Suiza, o algún paraíso fiscal. Aquello que un VP comunista que tuvimos en la anterior legislatura llamó «cabalgar desigualdades».
La miseria moral de estos promotores se pone de manifiesto en tiempos de dificultades. Es entonces cuando su esencia de hiena hambrienta toma cuerpo. Lo vimos con los NAZIS, cuando aprovechando el Holocausto una de sus prioridades fue enriquecerse. Lo vemos en los narcoestados caribeños, como su pueblo muere de hambre y los hijos de los dirigentes se hacen multimillonarios en USA. Y lo vemos en nuestros miserables patrios, cuando mientras los españoles morían a miles en la pandemia, se cerraban negocios, nos arruinábamos y nos hacían aplaudir en los balcones, una banda de mafiosos y miserables llenaba maletas para que alguien se las llevara en avión a algún paraíso con las caletas adecuadas para seguir manteniendo al grupo del cejas y sus colegas de Puebla.