Libertad sin palabras

          Es difícil asumir que una libertad sin palabras pueda considerarse realmente libertad. Uno puede elegir el voto de silencio como hacen algunos religiosos, pero esa es una decisión libre y voluntaria. Otra cosa muy diferente es callar para conservar lo que se tiene, para no sufrir represalias directas o soslayadas ni ser perjudicado por rumores e incluso injurias. En la sociedad actual, el individuo es inevitablemente encasillado, etiquetado y colocado en la estantería de sus comentarios y opiniones convenientemente cocinados y aliñados por terceros.

          Este hecho, quizá era ya conocido desde los tiempos de Confucio cinco siglos antes de Cristo. De ahí, que los tres monos sabios representaran esa negación simbólica de los males del mundo tapándose los ojos y los oídos, además de la boca para que un inapropiado comentario no les trajera la desgracia en la antigua China. Una situación que debemos suponer no debía traer nada bueno a quien la sufriera.

          Pero la libertad, incluso bajo un gobierno democrático, en vez de uno autocrático como algunos pretenden prohibiendo medios de comunicación, no es ni mucho menos algo que se pueda dar por hecho. No puede serlo en una sociedad de bandos en lucha y competencia por destruirse el uno al otro, por hacerse con el control del poder y someter al conjunto de la población bajo la falacia de la supuesta voluntad del pueblo.

          No es libre el «pueblo» que tiene la voluntad de perjudicarse así mismo según quien tenga el poder en cada momento. Que intenta destruir sus puestos de trabajo, sus carreras profesionales, boicotear sus negocios o hablar mal de ellos para evitar que les lleguen oportunidades, o les ensucia la imagen personal o académica… Solo por sus opiniones o ideas.

          Conozco a personas muy inteligentes y formadas, con merecidas posiciones sociales y económicas. Gente reconocida por sus contribuciones y logros que no se atreven a opinar de casi nada. Sobre todo, de nada que tenga que ver con lo fundamental en la sociedad en la que viven y de la que depende su felicidad o su desgracia: nada de política, de economía, de organización social, o de los impuestos, de la corrupción o de los nacionalismos. Personas que simplemente practican un confucionismo moderno al que llaman libertad, adoptando la pose de los monos chinos.

 

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