Recuerdo una asignatura de sociología, creo recordar que de tercer curso, que se llamaba «conflicto social y conducta desviada» que me llamó la atención por algunos de los conceptos y paradigmas que se manejaban. Entre ellos, uno relacionado con la criminología que defendía que, en cada sociedad y en cada momento de la historia hay, de forma inevitable, un número determinado de crímenes. Aquello me sonó como una condena, pero también como una toma de conciencia acerca de qué somos y qué podemos esperar de nosotros –los humanos– como organismo social o tribu organizada.
Recuerdo que se debatía sobre la historia del crimen conocido, algo tan tempranero como el leñazo que según las Santas Escrituras le metió Caín a su hermano Abel por pura envidia. Un sentimiento, por cierto, que hoy en el año 2021 d.C sigue siendo el más común entre los mortales. Después, si uno lee no solo la Biblia, sino que repasa el elenco de manifestaciones artísticas e históricas, encontrará una gigantesca derrama de sangre, odios, venganzas, crímenes abyectos y todo tipo de violencia que ninguna otra especie es capaz de superar. Por un simple motivo: porque solo los humanos sentimos envidia, odio y sentimientos similares, y solo nuestra especie mata sin necesidad de hacerlo para subsistir, sino por pura maldad.
Esta última semana hemos asistido a varios acontecimientos de sevicia extrema, de crueldad y horrores inimaginables para una mente socializada y humanizada; para ningún ser humano que haya sentido una mínima llama de amor alguna vez. Sin embargo, y por mucho que haya que seguir esforzándose en la prevención y la mitigación de las consecuencias, debemos ser conscientes de que seguiremos asistiendo a los tremendos horrores de nuestra naturaleza humana.
Es inevitable que, desde la perspectiva y el dogma sociológico, se produzca un cierto número de crímenes en cada sociedad, como lo es que haya un cierto número de accidentes de tráfico o de víctimas de enfermedades como el cáncer u otras patologías. Lo único que podemos hacer es luchar: tratar de minimizar los casos mediante el estudio, la prevención, la investigación, la generosidad y el esfuerzo común. Aunque sea para luchar contra lo inevitable, eso nos convierte en dioses de carne y hueso.
Eso sí, podemos evitar lo evitable que es, además, lo más sencillo. Me refiero a evitar usar la tragedia para hacer propaganda, el dolor para generar más odio y confrontación. Evitar inventar conceptos vicarios y maniqueos para tapar una tragedia mayor no porque sea parte del remedio, sino porque es parte de la sucia solución de quienes pretenden sacar provecho del dolor ajeno. Evitar, en definitiva, que ese instinto de hiena carroñera salga a relucir de forma tan repugnante.