Pasa, septiembre espera.

          «El final del verano llegó y tú partirás…» Seguro que los más talluditos  recuerdan la famosa letra del éxito del Dúo Dinámico de 1963, Amor de verano. Y para aquellos que la memoria no les alcance, quédense con el dato de que son los mismos que compusieron ese tema que tristemente se hizo famoso, otra vez, el año pasado debido a la pandemia: «Resistiré». Traigo a colación ambas canciones porque, coincidencias de la vida, se acaba el verano y llega la vuelta al cole o adonde sea que nos toque ir a cada cual.   

          Aterrizar en septiembre nunca ha sido tarea fácil. Cuando se está en la edad escolar es como un pequeño exilio de la seguridad de la casa; supone la pérdida de la libertad de andar en alpargatas, o descalzos a todas horas y despertar cuando el sol hace insoportable seguir en la cama; o la renuncia obligatoria a los juegos hasta la medianoche mientras los padres, reunidos en la terraza con vecinos y amigos, se refrescan y embriagan en conversaciones cada vez más aturulladas y contrapuestas. Y, claro es, también conlleva la vuelta a las caminatas con petates a la espalda.

          Cuando se es padre o madre primerizos es tiempo de estrés y con frecuencia de ajustes en el presupuesto. Toca comprar libros, pagar matrículas, ropa para el curso o uniformes; conocer a los nuevos profesores, inscribir a los niños en las actividades extraescolares; ji ja ja con los papás de los alumnos que son los nuevos compis de los niños;  que si dame tu wasap para el grupo y así todo el mes: tirando de ahorros y de tarjetas para sortear la carrera de obstáculos. 

          A mi me hubiera gustado vivir una vuelta al cole como la de Danny Zuko, y haberme reencontrado con Sandy Olsson en el instituto Rydell. Ignoro si hoy la perspectiva de género permitiría que la pandilla de la protagonista se llamara «Las damas de rosa», o por el contrario se consideraría un estereotipo del heteropatriarcado y la dominación machista, en cualquier caso, a mi el color me hubiera dado lo mismo, y llegado el momento propicio incluso me hubiera puesto morado.     

           Ahora, como no tengo que llevar niños al cole, ni saltar vallas sociales con sonrisas de cartulina, ni me espera ninguna profesora motivada para explicarme como se han distribuido los horarios de las clases con perspectiva de género, aprovecharé para ver el musical Grease, en el nuevo Teatro Alcalá. Solo espero, que los 40 años que han pasado no hayan derribado el encanto de los muros de aquel instituto californiano, ni se haya cedido a la tentación de edulcorar los diálogos de la época para ofrecer una versión censurada con perspectiva ideológica. Ya les contaré.         

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