¿Qué será del mundo?

          Andamos muy preocupados acerca de qué será del mundo con tanta amenaza: Trump gana unas elecciones en USA; los chinos empiezan a tocar en la puerta de Taiwan; Putin parece que se sale con la suya; se acerca un meteorito y hay un nuevo bicho en Wuhan. Aquí, más cerca, Sánchez se la coge con las dos manos dispuesto a corromperlo todo si hace falta, y a acabar con la España que conocemos y convertirla en el burdel del sur de Europa. Cada época, desde antes incluso del Imperio romano, tuvo sus Nerones y sus Judas, pero también los árboles suficientes con madera para cadalsos y ramas donde afianzar las sogas.

           Es inevitable que los enajenados, que suelen ser quienes llegan al poder, tengan la sensación de una fuerza omnímoda. Parece que va en la estúpida naturaleza del ser humano, incapaz de comprender una simple cosa: de los casi 8000 millones de individuos que existimos hoy, no quedará ninguno en menos de 150 años. Ninguno. O sea, que habrá otros 8 o 10 mil millones de sapiens, salvo cataclismo, que todavía no existen y que nos van a relevar progresivamente para evitar que nuestras miserias se perpetúen. ¿De qué otra manera la especie se conservaría si no es renovando?

          Pensaba esto porque me asalta la idea de que somos tan imperfectos y poco deseables que, por pura autodefensa de la especie, estamos diseñados para desaparecer con cierta alegría temporal. Por suerte no todo es negro, ni mucho menos. Al barrer la casa dejamos intactas enormes grandezas, al menos por más tiempo del que vive un humano: arquitectura, pintura, literatura y, en definitiva, la expresión global de las artes y de la tecnología. Las creaciones que en cada período de tiempo sirven de contrapeso a la estupidez o la sevicia de quienes se hacen con el mando por un breve período de tiempo. Ni Hitler, ni Franco, ni Stalin, ni Castro, desde Calígula a Sánchez entre otros muchos, ninguno ha prevalecido ni lo hará dejando un legado de valor: solo miseria, repudio y asco.

          No obstante, hay una gran diferencia entre los malos de verdad dentro de la Historia y un botarate. Los malos que todos conocemos se preocupaban más por su momento presente que por permanecer en la memoria. Lo contrario que el botarate, ese que en su anodina e irrelevante existencia habla desde el primer día de su futuro paso por la Historia. Hace falta ser una simple cosa: un auténtico gilipollas con ínfulas, que es mucho peor que ser un simple gilipollas. Yo siempre he sido de la opinión de que hasta para ser un cantamañanas hace falta saber cantar algo desde el amanecer hasta el mediodía: lo que sea. 

          En el Imperio romano, la muerte (normalmente por asesinato) del emperador provocaba una guerra civil. Han pasado dos mil años desde esa época, pero ahora en España no debemos desdeñar ninguna desgracia. Dentro de tres años quizá las cosas hayan cambiado mucho a nivel global. La mafia actual será relevada del poder, y quizá un nuevo gobierno duro y de otro corte se dedique a darle juego a la motosierra. Recortes merecidos relativos a los innumerables chantajes e injusticias que el lerdo actual traga para permanecer en el poder. ¿Y entonces qué? Cuando se les arranquen los privilegios, se les quiten las llaves de la caja para devolverla a todos los españoles, se respeten los derechos de todos en todo el territorio. ¿Entonces qué? Pues ya os lo anticipo: entonces el sátrapa andará quizá exiliado en el Caribe y mirando para acá nos dirá, incluyendo a sus devotos votantes: que os den y mataros entre vosotros por españoles. Y, sin más, se echará un trago de ron mientras alguna Jesica le acaricia el ego o lo que él diga. 

         

El hermano babas

           El hermano babas es ese personaje de tintes claramente psicopáticos y chulesco que hemos visto bailar junto al gorila Maguila encima de una tarima de madera en Venezuela. Dos tipos con pintas de estar ambos hasta las cejas de farlopa. No me cabe duda de que les debe de dar mucho subidón creerse intocables, aunque sea temporalmente, mientras adoran las cuentas que llenan de euros o dólares del narcotráfico. Seguramente, se les pone tiesa como el mármol después de esnifar unos gramos de blanca Cabello y, digo yo, que quizá por eso, se vuelven sus seguidoras y seguidores tan gelatinosas las unas y gusanillos los otros como si fueran todes de blandiblú.

          Que a los capos y sus cohortes de guarras y piratas no les importe el futuro no me extraña; si no les importa el suyo, como para importarles el nuestro. Pero lo que me tiene un poco desconcertado es que tanto tonto monte tanto, desde Zapatero a Sancheando: una veces a pie y otras caminando. Sabemos que la ideología siempre fue escudo de la infamia, eso ya ocurre en algunos partidos desde hace 140 años: un reducto donde muchos miserables se escondieron  detrás de las palabras huecas.

          Pensaba esto porque admiro a determinados personajes del sainete contemporáneo. No puedo evitarlo. Ver a un tipo chulo, gordinflón y cateto, con menos letras que la matrícula de un patinete; barriga vacilona, sonrisa bobalicona, escroto colgante y gargajos fonéticos alternos entre una garganta profunda y una vomitona resacosa, enarbolar una moción de censura para acabar con la corrupción. Fue, simplemente, un esperpento. Una broma escatológica. Porque era obvio el objetivo a la vuelta de la esquina, y tan solo un mes más tarde: más putas, más coca, mas robo, más chuleo, más chalés, más vacile, y más de lo mismo.

          Imagino entre la pena y el asombro, cómo después de salir al balcón a decirnos que ellos eran los adalides del feminismo, la libertad, contra el fascismo y cuarenta gilipolleces más, lo que ocurría al cerrar la ventana. La tarjeta visa oro picando el polvo blanco entre el humo de tabaco, el catálogo de putas abierto por la mitad con fotos a color y él, el regenerador de la democracia, señalándole a la montaña de sebo que le seguía a todas partes con el dedo índice y la uña mugrienta: «tráeme a esta, la Jesica». Y después de unas risas, añadiría: «Hacienda zemos todos, pero que no se entere Marizú».

          En otros lares no muy lejos de la escena, sus socios de gobierno tenían suficiente rebaño entre las feministas más radicales: tan gritonas para la calle, tan calladas para adentro, mientras el niño carita de bueno aprovechaba en cualquier ascensor para sacarse el miembro enhiesto y frotarlo contra ellas, o el curita rojo con la camiseta de Venezuela y la nariz empolvada las sobaba con su aliento podrido. Entre ellas, que tragaban y callaban, ahora sabemos que lo llamaban el babas; el hermano babas, debemos suponer. En fin, con esta escoria negociamos el futuro de nuestro país y de nuestros hijos, a esta basura le encomendamos nuestro dinero y esfuerzo. Que Dios nos pille confesados, y que caiga el meteorito de una puta vez. 

 

La enfermedad del amor

          Esta semana, como todos los años, las redes se han llenado de memes y monsergas variadas sobre el día de los enamorados. Un invento muy celebrado por los grandes almacenes y floristerías. Un día, como otro cualquiera, pero en el que como buenos animales de costumbres nos hemos regalado halagos, besos y rosas para agasajarnos, cada cual a quién le parece que lo merece o a la persona que estima y le tiene conquistado el corazón o la cartera. La cosa, como siempre, va por barrios.

         Hay mucho debate conocido entre qué es amar o estar enamorado. Cosas que como usted, estimado lector si tiene algunos años, ya sabe que son muy diferentes. Uno elige a quién amar, pero no de quién se enamora. Puede parecer contradictorio, pero no lo es. Amar exige voluntad y trabajo cotidiano, mucho más allá de una fecha señalada. Es, por así decirlo, un ejercicio de la voluntad y la convivencia. Amar requiere respeto por la otra persona, reconocimiento, apoyo y voluntad desinteresada en las duras y en las maduras. Amar se construye amando. 

         Pensaba esto porque el enamoramiento, a diferencia del amor, es una patología transitoria. Una enfermedad, que como otra cualquiera, uno no la elige. Enamorarse es un trastorno de la mente que te deja indefenso y te jode la vida por un tiempo. Se convierte en un pensamiento obsesivo, aderezado de cambios bioquímicos y hormonales que le convierten a uno en un pelele dependiente de la otra persona. Los enamoramientos han provocado duelos, traiciones, suicidios y toda clase de conductas enajenadas. 

          La buena noticia es que el enamoramiento, como antes decía, es transitorio. Como toda enfermedad se cura o te mata. Enamorarse no tiene términos medios, no es negociable, y no conoce tregua o descanso. El amor pertenece al territorio de la razón, mientras que el enamoramiento es cautivo de la locura o la sinrazón. La transición entre lo uno y lo otro, cuando la hay, tiende al fracaso con frecuencia, porque extinguida la llama los rescoldos requieren de un soplo continuo para que el calor no se apague. Amar requiere talento e inteligencia.

          Del enamoramiento al odio hay apenas un paso, ese que sienten los adictos a la dopamina cuando les escasea la sustancia que activa la locura. Con la edad se aprende que amar es lo más saludable y lo que  lleva a las personas a los niveles más elevados de convivencia. Eso que te hace dormir tranquilo y en paz, y así poder pensar y admitir que sin haberse enamorado hasta las trancas ni se ha vivido, ni la vida habría tenido ningún sentido.  

España de Babel

          Se dice en lenguaje jurídico que tanto las fuentes como los medios de prueba son fundamentales en la parte procesal. Y no jurídico, pero sí social, es el terreno en el que se mueven los discursos diarios de tertulianos y fauna afín. La mayoría no son abogados, y muchos de ellos ni siquiera son periodistas, pero sientan supuestas cátedras sobre Derecho sin el menor pudor ni recato. Es obvio que se trata de una diseñada terapia del pensamiento colectivo que pretende que el individuo adopte un determinado punto de vista como lo válido y certero y que, como contraposición, asuma que cualquier otro es erróneo.

          Esto lo descubre usted fácilmente en cualquier barra de tasca por la que pase a mediodía a tomar una caña. No tardará en escuchar como se dictan sentencias sobre hechos que, probablemente, nunca sucedieron o forman parte de la bulosfera mediática. Será testigo de cómo se criminaliza de oído y alegremente a jueces (por ejemplo); así tal cual, como el que sopla la boquilla de un matasuegras la noche de fin de año. Se compran y venden opiniones espurias según el canal de la tele que se ve y que es visionado, precisamente, para confirmar el propio sesgo y reafirmarlo.

          Es cierto que acomodar lo que mejor nos parezca, y según nuestras preferencias, es más fácil que acudir a las fuentes primarias y comprobar datos antes de hacerse una idea torticera sobre cualquier tema. ¿Cuántas veces le han intentado tapar la boca con un: «lo ha dicho la tele?». Sí es así, amigo mío, dese por jodido como aquel que dice. Le acaban de dar con las tablas del Moisés moderno y de nada sirve que intente rebatir las leyes de la farándula. Todo lo que va a conseguir si intenta demostrar lo contrario es que le coloquen la etiqueta de sectario.

          Pensaba esto porque mi natural curiosidad me lleva a zapear por canales televisivos de todo tipo y condición y, por las mañanas, suelo ir alternando desde primera hora —sobre las siete—, las distintas emisoras radiofónicas donde habitan personajes de diferentes pelajes y longitud de colmillo. Esto me pone de manifiesto que el trabajo ya está hecho, y que desenredarlo no va a ser cosa de hoy para mañana si es que se desenreda durante las próximas décadas. Probablemente, la rotura es de tal dimensión que no valdrá con coser costuras y habrá que reinventar alguna cosa más sofisticada.

          La sociedad española está rota, quebrada más o menos por la mitad. Es una especie de gigante cabezudo con cuatro ojos: dos debajo de la frente y otros dos en la nuca. Mientras una mitad trata de convencer a la otra de que es un olivo con aceitunas lo que hay enfrente, la otra le asegura que lo que está viendo son dos perros copulando en una esquina. No hay manera de entenderse. La realidad se configura ahora como se pretendía: a través de un diálogo de besugos en los que solo vence el disparate, la incoherencia, la imposibilidad de tener bajo ningún concepto un punto de vista común. Esa debía ser la idea de aquellos que ansiaban asaltar el cielo. Sin embargo, estoy convencido, de que lo que van a conseguir es que España acabe como la torre de Babel: la parte superior quemada, la parte inferior tragada por el fango, y la de en medio se irá pudriendo lentamente con el paso del tiempo. Sin ánimo de ser pesimista.

           

          

La verdad líquida

          El concepto de liquidez aplicado a fenómenos sociales lo acuñó con enorme acierto el sociólogo Zygmunt Bauman, abriendo una línea de investigación brillante a mi juicio. Quizá algunos desmemoriados ya no recuerden aquella moda reciente de la posverdad, que la R.A.E define ahora como: «Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales». No crean ustedes que semejantes inventos son fortuitos, ni de lejos. Su evolución perversa más actual se llama Teoría de bulos. Otra maniobra goebbeliana de ingeniería social.

          Para los más militantes y cafeteros la cosa es bien sencilla: bulo es todo lo que les perjudica como grupo, y verdad es cualquier cosa que les beneficie. Parece simple, lo sé. Sin embargo, no se confíen porque la elaboración de la maniobra cuenta con artefactos y municiones que, para más INRI, pagamos entre todos. En mi tiempo se definía de forma menos fina con un: «ademas de puta poner la cama». Hoy, por supuesto, pueden ustedes elegir entre denunciarme por recordar esa frase o preguntarle a Chat GPT qué coño significa INRI.

          Nos inoculan en el gotero informativo, ese que nos ponen en vena sin que seamos muy conscientes, la idea de que casi todo lo chungo es falso. Conspiración, ataques injustificados al puto amo y su cohorte, envidia, maldades enigmáticas y, ademas, nos cuentan que se trata de bulos de una banda de malos sin escrúpulos llegados del peor pasado del fascismo y bla bla bla. El procedimiento le puede parecer, y de hecho lo es, bastante garrulo, pero créame, el martillo pilón diario da sus frutos. La peña acaba tan confundida de sentir como algo negado lo que sus propios ojos ven continuamente que termina pasando de todo y no creyendo en nada. Ese es el triunfo de la maniobra, el objetivo final. La indefensión aprendida.

          Anestesiadas la neuronas del personal a base del supuesto bulomachaque el cerebro queda como una mandíbula embadurnada de novocaína, es decir, insensible al tacto con la realidad. De ese modo, la gente empieza a ver como normal el esperpento, y a considerar como filfa lo que le digan que es bulo. Que existen noticias fake es obvio, y que se cuentan sin miramiento ni vergüenza para atacar desde el poder al oponente también. Un día te despiertas y te sueltan que, ¡Oh, casualidad! Mira tú por donde, precisamente ese juez, es un delincuente porque tiene dos DNI y se compra las casas a pares. Y se quedan tan anchos después de soltar la milonga. 

          La historia del sapiens, nos guste más o menos, se ha construido a base de sometimiento, aniquilación y engaño. Lo del amor, la fraternidad, las lucecitas y los arbolitos está bien para darnos una pátina de compasión y meternos unas copas. Pero no se confunda, usted vive rodeado de piratas y tarados mentales, mucho más que de mortales amorosos y ositos de peluches. ¡Mire! ¡Observe su mundo! Vea por un momento como le engañan, le mangan la pasta los que mandan para vivir como sátrapas y se ríen en su cara. Se lo llevan crudo y luego, al igual que usted y que todos algún día, acaban en la caja de pino o en la incineradora.

          El mundo en este 2025 que ahora comienza, y España no es un planeta de otra galaxia, comienza sometido por una nueva fauna de personajes sin valores éticos ni escrúpulos. El tiempo de las ideologías y la fe en el individuo es el pasado, ahora es la militancia mercenaria la que prevalece. Para este tipo de gente vacía de cualquier creencia el único objetivo es permanecer al precio que sea, su bandera es la nada. En una reciente encuesta leía que casi el 40% de los votantes del partido hoy en el poder perdonarían cualquier cosa, lo que sea, con tal de que no caigan. Y es que ya lo decía Fiodor Dostoievski en boca de uno de los hermanos Karamazov: «Si Dios no existe, entonces todo está permitido». 

La nueva Roma

          Por lo general no nos referimos como la nueva Roma a la historia de aquel imperio de hace 2000 mil años, sino todo lo contrario, como la antigua Roma. Sin embargo, 20 siglos después de la existencia de personajes como Nerón, Cómodo o Septimio Severo, tenemos tantas cosas en común con aquella civilización que cada vez nos parecemos más, al menos, hasta este 2024 que ahora toca a su fin. Pensaba esto después de haber disfrutado con la lectura de Yo, Julia, del escritor Santiago Posteguillo.

          El Imperio romano nos legó grandes patrimonios artísticos y culturales, además de una lengua que fue evolucionando hasta, entre otras variantes, esta maravillosa versión con la que nos entendemos los hispano hablantes. Un idioma tan querido y admirado universalmente, como criticado, atacado y mal tratado por envidias y complejos de inferioridad desde múltiples frentes. Es quizá, la muestra más palpable de la sevicia de aquella sociedad romana inoculada en los papiros donde se escribió su historia hasta nuestros días.

          Fueron aquellos unos tiempos violentos, de continuas guerras civiles y de matanzas sin cuento en el campo de batalla, pero no solo. Los patres conscripti —senadores o clase política de nuestros días—, se daban fundamentalmente a las conspiraciones, la corrupción, la planificación del asesinato del rival político, y toda suerte de vilezas en una sociedad sin valores éticos. La única virtud reconocible entre ellos era la capacidad de conseguir y mantener el poder, ya fuera mediante la violencia física o las traiciones de pasillos y alcobas.

          Si algo no importaba a los gobernantes de la gran Roma imperial eran los ciudadanos romanos, ni que decir tiene que los situados por debajo del derecho de ciudadania eran considerados meros accesorios susceptibles de comercio o sacrificio. La clase dirigente solo tenía un objetivo: mantenerse en el poder para ejercer la tiranía y disfrutar de los privilegios asociados. Para ello, todo era factible: mentir, violar, matar, robar y, ademas, en el orden de prelación que mejor sirviera a los interesados.

          Cuando la clase dirigente alcanza niveles como aquellos, hoy fácilmente identificables en más de medio mundo, e incluso en el suelo que pisamos, debemos echar la vista atrás. La degradación social propia de la decadencia de aquel imperio tiene reflejos evidentes proyectados en nuestras instituciones actuales. Meros cascarones en los que navegan piratas sin valores, malhechores sin escrúpulos que han perdido hasta la necesidad de taparse y que, lejos de eso, muestran sus miserables acciones a la ciudadanía con una desvergüenza propia de aquellos tiempos ya tan lejanos.  

No vino nadie

          Subirse a un escenario o hacer una presentación siempre conlleva el miedo al fantasma y la incertidumbre del «no vino nadie». Quienes llevamos muchas tablas encima conocemos bien a ese gusanillo en el estómago que nos advierte de que quizá nos enfrentemos a la soledad. No ha habido una sola ocasión en la que no lo haya pensado y temido, a pesar de que, con pocos o muchos asistentes, nunca me he visto solo en una tribuna o en la presentación de uno de mis libros. Aunque nunca es tarde para el tropiezo.

          Pensaba esto porque hace unos días se hizo viral un escritor novel que organizó una presentación de su novela en Jerez, y como puede ocurrirle a cualquiera, no fue nadie. Se vio solo con el bibliotecario mirando a las musarañas. Más tarde lo lamentó en las redes y, según parece, recibió una ola de solidaridad: un par de millones de mensajes y las ventas que no esperaba de su libro (ignoro cuántas, pero dicen que muchas). El público nunca deja de sorprender. No sabía yo que había compradores de libros por pena o solidaridad, aunque nunca hayan oido hablar ni del autor ni de su obra, pero bueno, bienvenidos sean igualmente. 

          En estos tiempos en los que hay más personas escribiendo y publicando, copublicando, autopublicando, replicando o copiando que lectores leyendo, se hace difícil sacar el pescuezo de autor y que alguien te dedique un minuto. Eso, suponiendo que lo escrito acabe tomando forma de libro legible sin que, en realidad, se trate de un artefacto de tortura. Quizá por eso, entre otros motivos, es frecuente ver a escritores apostados durante horas en un rincón de una librería esperando a que alguien se acerque por caridad a interesarse por su libro. Paseo con frecuencia por grandes librerías y allí les veo, hablo con ellos, me lloran en el hombro, y les entiendo. Varias horas de plantón para regresar a casa sin haber vendido una escoba es duro para la autoestima.

          Es legítimo y hasta gratificante querer escribir un libro, sin embargo, no es tan fácil publicarlo y, mucho menos, que te lea alguien más que tu familia y cuatro amigos, (bueno que te lean, o que te compren el objeto para adornar una estantería). Por eso, no es de extrañar que al margen de una primera presentación de autoestima, donde cada cual reúne a quienes tiene en la agenda y familiares, después lo más frecuente es el vacío de un público que no te conoce, al que no llegas porque la distribución no te lleva, y no te lleva porque hay más libros inundando el mercado cada semana que botellines de cerveza.

          Alrededor del 90% de los escritores noveles no venden ni 200 copias de su libro, y el 99% no vende ni 2.000 copias. Datos de los informes oficiales de publicaciones. Por eso, en mi opinión es bueno gestionar bien las expectativas. Todos los que un mal día decidimos dedicar cientos de horas a escribir una historia lo hicimos soñando con el éxito, o si no todos la mayoría, pero el éxito no solo depende de la calidad o el esfuerzo (imprescindibles) del escritor. Los ya publicados lo sabemos bien (incluso publicados por editoriales tradicionales, como es mi caso). La barrera de entrada al mercado (distribución, librerías, crítica, difusión etc), tiene diez veces la altura del muro de las lamentaciones. Y aunque lo subas, cuando llegas sigues siendo un desconocido. Cuenta la historia de los escritores, que William Golding, muy contento él con su premio, llegó a un hotel de Londres para inscribirse y le hicieron deletrear su apellido. A lo que contrariado exclamó: ¡Joder, me acaban de dar el jodido premio Nobel!

Encuentros variopintos

          En estas fechas navideñas cada año se produce un tsunami de encuentros variopintos. En algunos casos, son reuniones de personas que se ven a diario, pero en otros casos, se trata de aquellos que solo coinciden casualmente o incluso una sola vez cada mes de diciembre. Sin embargo, la situación no varía mucho, y el nivel de riesgo tampoco es muy diferente. Las comilonas típicas de la época, por alguna razón poco estudiada, tienen como efecto muy habitual un cierto grado de orgía de las emociones y las conductas. 

          Destacan en estos aquelarres las cenas de empresa. En ellas lo habitual es la división por facciones a modo de legiones romanas en formación antes de la batalla. El jefe imperator, situado en una de las cabeceras de la mesa principal, suele estar flanqueado por un par de pelotas o lameculos habituales en disputa con la amiguita con aspiraciones. Si se trata de jefa emperatriz empoderada, lo frecuente es una guardia pretoriana de amazonas feministas en busca de gestos o miradas inapropiadas de los machirulos salidos para tomarles la matrícula.

          Estos encuentros variopintos también se dan fuera del ámbito laboral: por ejemplo entre amigos, a veces divididos por sexos y otras veces de forma mixta, celebraciones entre familiares llegados de diferentes ciudades, o compartidos de forma más intima y secreta con amantes, e incluso con la otra familia a escondidas con los hijos no reconocidos. El mapa de posibilidades es tan amplio como lo son la cantidad de mentiras y fingimientos que se dan en estas fechas tan señaladas para el amor y la concordia.

          Pensaba esto por las posibilidades de estudio que tienen los personajes de estas escenas costumbristas. La magia que se produce debido a los efectos especiales provocados por el alcohol, los villancicos, la subida de azúcar en sangre, la bilis acumulada, el deseo insatisfecho y reprimido, la envidia, la complicidad, la tentación, la frustración, la exaltación de la amistad e incluso la imprudente confesión. En definitiva, un totum revolutum de micro historias basadas en la parodia de las relaciones humanas.

          Yo creo que la culpa de todo esto la tiene el que inventó la pandereta, porque con ello, le dio motivos a Don Antonio Machado para mostrarnos como son, según su clarividente visión, estos encuentros variopintos. 

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero.

 

Gente peligrosa

          Que el mundo está lleno de gente peligrosa es un hecho tan obvio que, a estas alturas, al común de los mortales les es indiferente, o casi. Poco parece que se pueda hacer. Los medios de comunicacion, como géiseres de lodo y sangre, se encargan de embadurnarnos en abundancia de su presencia y consecuencias a todas horas. Esas mismas fuentes, en la actualidad, están con frecuencia trufadas de mala gente. No obstante, aunque cada vez menos, quedan algunos combatientes de la verdad que pronto perecen engullidos por la apisonadora de la maldad.

          Siempre supimos de la existencia de los depredadores humanos. Y de la fatídica mala suerte de quien, de forma aleatoria, tropieza en el tiempo y  en el espacio preciso con uno de ellos y acaba sufriendo el zarpazo del victimario. Nos siguen mostrando ejemplos a diario en una incesante secuencia de hechos luctuosos, engarzados como una ristra de chorizos para nuestro cotidiano consumo. Un alimento que nos inmunice por saturación: una vacuna social infame.

          Pensaba esto porque de ese modo, creo yo, una sociedad con los vellos del pellejo abrasados no tiene capacidad para que se le ericen los pelos. Da la mismo que le muestren en directo un asesinato o que le enseñen las pruebas de las conductas más infames de quienes lideran una organización. El triunfo de la maldad se resume en una frase: todos somos iguales. Los sociólogos a ese proceso lo llamamos normalización social de la conducta desviada. Un punto en el que se desactiva el reproche colectivo, porque se acepta que a título individual se actuaría del mismo modo.

          Ese proceso que se enmarca en estrategias de ingeniería social nos lleva a convertir, con excepciones, a grandes masas de gentes en una banda de miserables con balcones a la calle. Y a los que se resisten, cuando pasan por debajo les revientan la cabeza de un macetazo y lo suben a Instagram en busca de likes. La pérdida de valores tiene premio porque las élites construyen ejércitos de mercenarios del bien vivir a cambio del mal existir.

          Los más hábiles en substanciar este modo de pasar por el mundo alcanzan el liderazgo de grandes masas de población: gobiernan países. Son los nuevos Nerones incendiarios de la convivencia a base de mentir, traicionar, de aupar la ausencia de valores a la excelencia y de convertir la ética en un trapo de cocina manchado de inmundicias. Cuando Occidente caiga y desparezca, como ya ocurriera con otras civilizaciones, ellos tendrán el mérito: la mala gente. Gente peligrosa.  

Entre Dios y la nada

          Estar vivos es situarse entre Dios y la nada, y no cabe duda de que ese es un sitio que no puede ser sino inconveniente. Aceptar al primero conlleva no saber en qué canasta coloca uno los huevos, y la segunda opción es aceptar una canasta sin fondo donde los huevos caen sin llegar nunca a la sima. Quizá por eso, lo de estar en medio siempre se ha considerado una pérdida de tiempo; salvo cuando los huevos sirven para hacer una tortilla de papas: ahí la cosa cambia.

          A veces se me saltan las lágrimas al pensar que me sitúo entre dos mundos irreconciliables: con cebolla o sin cebolla. Mis lágrimas me delatan enseguida, no obstante, apenas corto el alma blanca en juliana que irá a dar la razón de ser a ese universo temporal de sensaciones que el milagro de la vida nos ha regalado. Y creo que es, en esos momentos, cuando me hago la pregunta más trascendental. ¿A Dios cómo coño le gusta la tortilla de papas?

          Según cuentan las lenguas antiguas, Dios se reencarnó en 1798 en una abuela que vivió en Villanueva de la Serena (Extremadura-Spain), y no en Bilbao como el demonio defiende. Estoy de acuerdo con esta teoría porque soy andaluz, pero también porque sé que si un día caigo en el vacío por glotón, a ese espacio de nadie, en mi caída me agarraré al anfiteatro de Merida aunque me tenga que colgar de las melenas de Octavio Augusto. Sé que sigue por allí, metiéndose un cubata en la calle John Lennon a cara de perro, cuando nadie lo ve. Algunas noches me visita en sueños y señalándome con el dedo me dice: «ven pacá que te voy a dar pal pelo». Sabiendo el mamón de él que no tiene de dónde agarrar.

          Yo nunca he tenido inconveniente en agarrar la vida como si fueran unos huevos, y estrujarlos hasta que la yema me salga entre los dedos. Con las manos limpias uno puede hacer una magnifica receta y zampársela sin el menor escrúpulo. Sin embargo, cuando alguna vez, no muchas la verdad, me he animado a elaborar ese milagro que es la tortilla de papas, normalmente, me he cortado un dedo con el cuchillo, o me he quemado con la sartén. Lo que unido a la cebolla me ha dado muchas razones para derramar lágrimas. 

          Las últimas las he derramado esta misma semana cuando, otra vez, tuve la triste noticia de que una amiga ha caído en ese espacio intermedio que hay entre Dios y la nada. Me queda el consuelo de que sepa en su travesía no dejarse llevar por el engaño; hacer posada y fonda en las grandes maravillas de la historia que fuimos y que seremos. Y que cuando llegue el día, allí nos veremos. Todos sentados a la mesa frente a una tortilla de papas. Lo de la cebolla lo discutiremos en ese momento.