Verguenza soportable

          Depende de cada individuo, pero un determinado nivel de vergüenza soportable siempre ha existido. Uno se cae en la calle y quizá aguante sin más alguna risita pasajera, lo mismo que si se le caga un pajarraco encima de la chaqueta y lo pone perdido. También al confundir una palabra o decirla de forma incorrecta o, por qué no, olvidarse de subir la cremallera del pantalón al salir del servicio. Son pequeñeces todas ellas que conllevan un determinado nivel de exposición con su aderezo de vergüenza ante los demás. Hay quien se ruboriza ante estas situaciones y quien, simplemente, se ríe de uno mismo.

          Se trata de una vergüenza soportable porque no conlleva una conducta infame ni dolosa. Todas ellas son producto de la casualidad, la mala suerte, o la escasa habilidad para recordar algo y sacarlo a colación con tino y acierto. ¿A quién no le ha pasado? A mí, desde luego, me ocurre con frecuencia. Por ello, lejos de que estos hechos me produzcan dolor o necesidad de arrepentimiento, me provocan una hilaridad moderada. El coste, con frecuencia, no pasa de un poco de mercromina en la rodilla o el tique de la tintorería.

          Cosa muy diferente es cuando lo que se descubre de una persona es el pastel completo, o como se suele decir, el carrito de los helados lleno hasta la bandera. El uso de una conducta indecorosa o delictiva para provecho propio o de los suyos, o ambas cosas que es lo más habitual. Cuando la casualidad muta a causalidad. Entonces el descrédito y el rechazo social deviene de una acción que, lejos de provocar la simpatía en los demás, provoca el desprecio. Esto ocurre en ocasiones después de muchos años. Un tiempo en el que el individuo ha disfrutado de forma ilegítima de privilegios hurtados a la decencia.

          Muchas personas creen que el conocido refrán: «lo que natura non da, Salamanca non presta», no va con ellas. Y no lo creen porque prefieren tomar el camino fácil de la falsificación, antes que el del esfuerzo y el mérito. En la sociedad española aquello de «porque yo lo valgo» dicho ante el espejo, hace mucho que opera como una máxima en algunas mentes. El problema es que al final casi siempre se destapa la olla y se propagan los olores a podredumbre y mentiras. No es una buena opción a medo y largo plazo.

          Cuando ocurre algo así, la vergüenza, salvo para algunos individuos sin ningún tipo de escrúpulos, deja de ser soportable. Durante los últimos días del nacional socialismo en Alemania, muchos de los grandes jefes y personajes de la sociedad acabaron con sus vidas por miedo y por vergüenza de sus acciones y omisiones. Construirse una vida encima de un cadalso es una torpeza. Con el tiempo la madera se acaba carcomiendo, el suelo cede, y lo normal es acabar suspendido en el aire con la soga al cuello.  

Paraísos particulares

          Agosto es por excelencia el mes de los paraísos particulares. Son las 4 semanas en las que una mayoría de personas disfruta de las vacaciones. La razón viene de lejos, y se la debemos al emperador Augusto, quien en el 18 a.C  instituyó las Feriae Augusti. Un período tras las cosechas agrícolas para el descanso durante la canícula. Ya por entonces, los patricios y los ciudadanos que podían permitírselo se trasladaban a sus paraísos particulares: las villas campestres a las afueras de la Roma imperial lejos del ajetreo de la urbe.

          Dos mil años después, muchas costumbres han cambiado, pero esta de las vacaciones de agosto la mantenemos. Sin embargo, las condiciones de trabajo son muy distintas a las de entonces. Por otro lado, los medios disponibles permiten a grandes masas de población desplazarse a destinos lejanos y exóticos como nunca antes se había hecho. Lugares a miles de kilómetros y horas de vuelos en los que es posible encontrar una cala recóndita de aguas cristalinas. Allí, al otro lado del mundo, la gente mira al cielo azul o al agua turquesa y piensa en voz alta: «Estoy en el paraíso». 

          Ocurre con frecuencia que, tras esa manifestación de éxtasis, se obtiene una respuesta inesperada en el mismo idioma: «Hombre Manolo, ¿cuándo has llegado? ¿Habéis probado ya el Mai Thai del bar de Kleim?». Y que el tal Manolo, sin dar crédito a lo que acaba de escuchar, gire la cabeza y se encuentre con Juan y Pepi, los vecinos del quinto B. Sentados a un par de metros, con la suegra de Juan repantigada en una sillita baja y los dos energúmenos de los hijos tirándose arena a los ojos. Es bien conocido que todos tenemos derecho al paraíso y que, quizá por ese motivo, cada vez hay menos paraísos particulares.

          Pensaba esto viendo uno de esos programas chorras de la caja tonta en verano. De los que repiten cada año, como las películas de serie B que empiezan a las tres de la tarde y acaban cinco minutos antes del telediario de las nueve. Una pareja en cuestión se encontraba en la Cochabamba o alrededores (por decir algo), sobre un acantilado. Abajo se divisaba una playa pequeña de piedras oscuras y guijarros puntiagudos. Una zona pensada para el entrenamiento de faquires. Unas olas feroces atizaban la costa dejando una amalgama de algas y medusas borrachas, pero vivas y con ánimo vengativo. Ni un chiringuito ni refugio a la vista donde guarecerse en caso de tsunami, pero, por otro lado, no había ni rastro de Juan, ni de Pepi, ni del resto de la banda. La pareja miraba a la cámara con ojos un tanto incrédulos y exclamaba feliz, al menos en apariencia: «Aquí estamos en el paraíso».

          Yo no soy quien para criticar el paraíso particular de nadie, pero algunos tienen más pinta de purgatorio que de remanso de paz. Supongo que las imágenes de los supuestos paraísos en Instagram cotizan al alza en la caza de seguidores y de ahí el esfuerzo. Lo próximo será la democratización del infierno, de eso estoy seguro. Allí todos nos pondremos la mar de morenos, incluso tiznados y, algo me dice, que entonces por alguna de esas injustas carambolas Juan y Pepi no aparecerán por la zona, ni habrá manera de encontrarlos para preguntarles por la suegra y los niños chillones, ni por los cócteles del bar de Satán.   

Insuperables

          Esta semana respondí a un post de uno de esos chiringuitos subvencionados por el sanchismo con forma de periódico digital. Hablaba de la misma monserga de siempre: las firmas de cien estómagos agradecidos. El manifiesto de los «intelectuales» (muchos de ellos no tienen estudios superiores) contra el fascismo… En fin, el pienso cotidiano para los mononeuronas del régimen. Y dije, más o menos, que esos millonetis aprovechateguis dan un asco insuperable. Asco, dije también, da toda corrupción venga de donde venga, pero esa parte la discapacidad cognitiva no la entiende.

          Entre los «intelectuales» de izquierdas, junto al felón, aparecen los de siempre ya sesentones, gordinflones y con cara de pensar: «os la hemos metido hasta el corvejón». Bien, nada que decir. Bravo por ellos. La sociedad española, por razones que no vienen al caso, se dejó engañar por una panda de desarrapados ideológicos. Ahora son ricos, y lo serán sus descendientes cuando hereden, y morirán en esa cuna rica que tanto dijeron odiar, que tanto quisieron combatir, y que ahora sabemos para qué hacían y hacen tanto esfuerzo verbal y lingual: básicamente, para un quítate tú que me ponga yo, así sea de perfil o a cuatro patas.

          Decía que toda corrupción da mucho asco, tanto, que quizá algún que otro escarmiento chino (leyes chinas) no nos vendría mal. Pillas al corrupto, pruebas sus delitos y le aplicas la pena de muerte al individuo, sin más. En plaza pública. Después confiscas todo el patrimonio de sus familiares y les dejas en la ruina. Y listo. Cerdán, vuelve cuando quieras. Pero claro, eso es pensar en chino. No lo hacemos porque entonces en España a la política no se iba a dedicar ni el Tato. Así de simple. La primera motivación que pasa por la cabeza de quienes meten la nariz en política es enriquecerse. Robar si es necesario y llevárselo crudo. A los hechos me remito. Son como aquellos antiguos buscadores de oro: borrachines, puteros y pendencieros, embusteros, traidores y de gatillo fácil. Gentuza de la que intuyes su mal aliento producto del desecho estomacal que digiere un cerebro en descomposición. Solo hay que fijarse un poco en el rostro del ministro simio que tenemos con el sanchismo.

          A mí la mafia de izquierdas me parece insuperable. Frente al mafioso Montoro que la justicia lo empapele hasta las trancas, o al miserable ladrón Barcenas. Y me parece insuperable porque su estrategia es (la de la izquierda) particularmente miserable. Todo el mundo sabe lo que cabe esperar del liberalismo, entre otras cosas, porque no lo esconde. Pero aunque todo el mundo cree saber qué esperar del socialismo, ellos sí lo esconden. Mienten, traicionan, y a la postre hacen lo mismo o peor que el peor de los capitalismos. Oligarquía y riqueza para unos cuantos, miseria, paro, paguitas y dependencia para la mayoría. Explotar al pueblo para vivir en su Nirvana de privilegios.

          El asco es insuperable porque en una novela, por ejemplo, para retratar al sanchismo tendríamos que perfilar al personaje del pederasta. Ese que con subterfugio y engaño atrae la atención infantil, le promete caramelos y juegos y acaba abusando, violando y destruyendo sus vidas. Es un asco insuperable porque se sirve como estandarte de los más nobles instintos para, detrás de ellos, esconder la infame miseria moral que alberga junto con sus aviesas intenciones.         

La gran estafa

          La gran estafa de la política es, y lo ha sido siempre, su falsa superioridad moral. Una posición bien vendida (relato) pero, como cada vez queda más claro, poco o nada ejercida. En España ha sido particularmente eficaz desde 1975, fecha en la que muere el dictador Franco en la cama. No derrotado por los progres, ni de lejos… Muere de viejo y en la cama, después de haber sometido al país a 36 años de dictadura militar. Ni un solo día de libertad se le debe a la izquierda, que fue incapaz de acabar con el régimen franquista.

          Con la llegada de la democracia la izquierda, como ya hiciera en la primavera de 1936, asumió que solo ellos eran los buenos y los que tenían el derecho a gobernar y dirigir el país. Adolfo Suárez acabó siendo devorado por ese relato y tuvo que dimitir. Una generación heredera de los perdedores de una guerra que provocaron ellos mismos, reclamaron entonces una especie de «todo para nosotros». Que sí somos la libertad y la democracia, el feminismo, la bondad, los derechos, las artes, el cine, la literatura… Prácticamente, todos ellos se hicieron ricos defendiendo la igualdad.

          Hoy los ves en la caja tonta y en tertulias, ya sexagenarios o a punto de servir de abono para los geranios. Con el puño en alto emergiendo de un traje de Armani de 4.000 euros. Reclamando justicia social y vivienda para los jóvenes, mientras amasan patrimonios de 20 pisos en Madrid o Barcelona. Llorando por el cambio climático y el planeta desde el jet privado. Y, eso sí, abogando por un mensaje: «tened cuidado que viene el lobo y los fascistas y nos lo quitan todo». Sin embargo, la mayoría de ellos no pasaría un examen de la E.S.O si tuviera que explicar el fascismo en un solo folio.

          La otra vía fue la política. Al margen de una década prodigiosa de social democracia con Felipe González (1982-1992), después el PSOE se pudrió. No hace falta mencionar a nadie porque son todos muy conocidos. A mí, en particular, me impactó mucho aquello de un (ya difunto) bandarra presumiendo con el dinero de los parados de tener pasta para asar una vaca. Pero… ¿De dónde coño ha salido esta chusma con capacidad para llevárselo crudo y reírse en la cara de todos los andaluces. Me preguntaba yo entonces. El relato, siempre el mismo: ellos son los éticos, los que se lo merecen, los guays y los defensores de la igualdad y la libertad. 

          A partir de 2004 todo fue a peor y de aquellos tiempos estos lodos. Esta semana, ya era hora, alguien en el Parlamento ha dicho ¡basta! Y lo ha dicho como lo habría dicho yo mismo: déjese de mierdas. Usted lleva falseando elecciones desde el principio, y engañando a su propio partido, eligió a los mafiosos que ahora empiezan a desfilar a Soto del Real, y se metió la ética y la moral en el bolsillo trasero mientras vivía gracias al dinero de la prostitución.

          ¡Joder! Y a ver si de una vez les arrancamos a estos miserables el relato del buenísmo. 

El día después

          Lo peor, sin duda, vendrá el día después, cuando respiremos aliviados por el fin de la pesadilla. Así como los alemanes abrieron los ojos con espanto en el verano de 1945, a muchos de los que no han querido ver el destrozo de nuestro país les tocará pagar las consecuencias. De hecho, las vamos a pagar entre todos y, mucho me temo, que a un precio muy doloroso. Ni siquiera podemos estar seguros de que la reconstrucción sea posible, no al menos, para devolver la unión y la confianza entre españoles e instituciones a corto medio plazo.

          Los griegos entraron en Troya a través del conocido engaño del caballo de madera. Nosotros, dejamos que una peligrosa organización criminal se hiciera con el poder el 18 de junio de 2017. Y que, ademas, desde dentro les abriera la puerta a todos los enemigos para que saquearan y destrozaran con gusto y con el beneplácito del poder. En una década los cimientos de cualquier fortaleza se acaban resquebrajando y, ciertamente, con el peligro de venirse abajo con todo lo que contiene. Hasta el último día esquilmarán, mentirán, esconderán, y harán todo el daño posible antes de caer.

          Lo peor decía, vendrá sin duda el día después. Cuando los desgraciados que hereden el mando encuentren la desolación presupuestaria y de la deuda; el roto territorial; la indefensión legal del Estado; la maraña de leyes hechas a medida para dejarnos en pelotas; la desigualdad; el odio entre las dos Españas creado por el famoso muro y, otra vez, la caja vacía y la confianza por los suelos. No quisiera yo tener la responsabilidad de levantar de nuevo ese país desde la sima del pudridero en el que nos van a dejar, si dios quiere, no dentro de mucho.

          Será peor porque el enemigo ya sabe y sueña con ello, que las medidas a tomar serán durísimas en todos los órdenes. Por supuesto, el que nos toca en la cartera, pero no solo. Habrá recortes, derogación de leyes escritas por un simio para alimentar a sus perros, habrá dolor y lo pasaremos mal. Entonces, les tendremos otra vez en las calles al grito de no pasarán, fuera el fascismo, a las barricadas y, todas esas cosas, que no dicen ahora mientras se pulen el futuro en putas, en juergas y dádivas para sus socios que, conscientes del final, les chuparán hasta la última gota de nuestra sangre.

          Solo nos separa de la primavera de 1936 el hecho de que estamos en la Europa del siglo xxi, pero de todas formas, convendría a muchos leer Historia con mayúsculas. Conocer al PSOE de verdad, aquel de Largo Caballero de quien nuestro presidente dice ser un modelo a seguir. Y vaya si lo sigue. Aquel consiguió lo que quería y anunció: «O gobernamos nosotros o guerra civil». Tuvo su guerra y la perdió. O mejor dicho, la perdieron todos los españoles que es, a la postre, lo que va a ocurrir a partir del día después.    

Tanto monta, no monta tanto

          Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando. Es una conocida frase para aludir al hecho de que lo mismo daba una que otro, los dos eran iguales. Ese ha sido y viene siendo el argumento embustero e interesado para excusar a los corruptos y darles siquiera una leve pátina de víctimas. Para ello, nada mejor que atacar a los señores gordinflones que lucen sombreros de copas y fuman puros mientras tocan el trasero de las muchachas. Es decir, la fachosfera. Esta izquierda es tan original y moderna en sus argumentos que no deja de sorprender.

          Los corruptos zurdos son malos, pero con presunción de inocencia, lo que hay que investigar es a los corruptores diestros que son los malos del tirón, sin presunciones ningunas. Es de un naif tan estomagante que produce alguna que otra arcada. Estos son los argumentos de quienes no han currado nunca en una multinacional, ni en ninguna parte, ni conocen como funciona el juego de las mordidas entre el sector público y las empresas privadas. Claro que para que uno cobre hace falta otro que pague; para esa conclusión no hace falta aprobar la EBAU.

          Yo he sido directivo a nivel nacional, e internacional en algún caso, en 4 multinacionales del sector sanitario y telecomunicaciones. 25 años entre las 4 corporaciones. Nunca vi un solo euro en metálico. En ninguna de ellas había un personaje que fuera conocido por ser el custodio de la caja, ese sitio del que sacar las mordidas para los corruptos. Supongo que en el sector de la obra pública debe ser más fácil, o se mueve más cash o se hace alguna ingeniería financiera en negro. Aunque por muy grande que sea una empresa, sacar medio quilo en metálico y justificarlo no es, ni de lejos, coser y cantar. 

          Lo que sí aprendí en aquellas empresas es cómo funciona el mecanismo de inicio. Recuerdo a cierta señora, en la Andalucia de asar las vacas, como me decía sin pudor: esta adjudicación dicen los técnicos que es para vosotros por ser la mejor oferta económica y técnica, y acto seguido añadía: te voy a dar el nombre de la fundación del partido donde tienes que transferir el 10% del contrato.  No sé si lo ven, pero se lo traduzco: el corrupto pidiéndole a la empresa que si quiere vender lo corrompa. Me negué a pagar nada en ninguna parte y, como es lógico, pagué las consecuencias. 

          Aquella socialista, gordita y agresiva, que en la cárcel esté, se pasó por el forro de las enaguas el informe técnico y económico y nos quitó el contrato para darlo a alguien más complaciente con los intereses de la Marizú Mopongo, por entonces, tesorera del asado de vacas, los bares de luces de colorines y el espolvoreado de narices. Eso sí, le metí un contencioso administrativo en el juzgado y, ¿saben qué?: me llamó por teléfono al más puro estilo Gotti, para amenazarme con la ruina y no recuerdo cuántos escupitajos más. Ese es el estilo de estos corruptos: el que te llega y te obliga a corromperlos o sobras en el negocio.

La razón de ser

          La razón de ser es el fundamento que justifica lo que hacemos, el motivo que nos llama a la acción. Cada persona, incluso cada grupo, actúa en función de ello, o elige un elemento central que vertebre su forma de proceder. Por ejemplo, si uno es socialista cree en la igualdad y en el Totus Tuus. Ello significa, sobre todo, luchar contra la pobreza y erradicar las carencias de las clases más desfavorecidas. Aupar a los que deambulan sin rumbo o sin oficio ni beneficio, por la razones que, sobrevenidas o provocadas, se den en cada caso.

          Es una labor noble. ¿Quién no querría una sociedad sin pobreza ni necesitados? Todos aspiramos a vivir en un mundo mejor, a prosperar y a ver nuestros sueños realizados. Cuando esto no ocurre, que es lo más frecuente, es necesario que entre en juego el socialismo y trate de atenuar las diferencias entre los que se quedan atrás y los más aventajados. La gente se aventaja, a veces, por las razones más variopintas. Algunos incluso porque destacan en lo suyo, o curran más y mejor que otros, pero estos no necesitan apoyo socialista, al contrario, hay que descargarles de resultados para repartirlos. 

          Pensaba esto, porque la razón de ser de cada ideología, de cada acción, o de cada conducta individual o grupal necesita que el Letimotive sobreviva y suene de fondo constantemente. Lo hemos visto, por desgracia, en el narcotráfico. Si nadie consumiera drogas no existiría ni la producción ni el mercado de las drogas. Es lógico pensar que al narcotraficante, al camello, e incluso al productor en la selva de Bolivia le interese que siga habiendo drogadictos, muertos, asesinatos y tragedias derivadas de su labor. O que si palman sean reemplazados por nuevos adictos.

          Esto se puede aplicar a prácticamente toda acción: al juego, al alcohol, a la pornografía y, obviamente, al socialismo. En un país donde todo el mundo prospere por sus propios medios, emprenda, gane un buen dinero y viva bien, la razón de ser del socialismo se desvanece. Y, sí, ya lo sé. Usted dirá que eso es utópico y por eso se necesitan socialistas que lo compensen. Lo vemos cada día: desde las altas instancias se da trabajo a la prostitución, se consumen sustancias, se alienta el servilismo y se compran voluntades. Se enorgullecen no de cuántas empresas nuevas se crean, sino de cuántos miles de personas más están recibiendo subsidios.

          Tiene toda la lógica. Vicent Van Gogh ya descubrió en su conocida obra «Los comedores de patatas», la dureza del trabajo obrero durante la Revolución Industrial. Tuvo que escuchar tantas gilipolleces que decidió, poco después, cortarse una oreja. La cuestión es bien sencilla: ¿Si la razón de ser del socialismo son los comedores de papas, usted qué diría que va a defender y  a tratar de que nunca falte? Ya le doy yo una pista: al socialismo no le interesa la gente aficionada al jamón de bellota y al caviar beluga, porque eso es materia reservada solo para ellos. 

 

            

¿Por qué son tan fachas?

          Es incomprensible que un país como España tenga una derecha política como la que tenemos. Tan injusta y embustera con el «impoluto» partido sanchista, o sin el impolo. Solo se entiende desde el resentimiento por haber ganado las elecciones y que no se les permitiera gobernar. La derecha no se conforma con haber tenido más votos que ningún otro partido, sino que tienen que poner en solfa la legitimidad de quienes llegaron al poder negociando con todos, aún siendo los perdedores. Y, por todos, me refiero a todos. Terroristas incluidos y asesinos de miembros del propio PSOE, y después de haberlo negado hasta la saciedad. 

          De ahí deriva esta oleada de fango de la fachosfera que impide a los sanchistas gestionar a sus anchas los dineros públicos en las cafeterías y los clubs de alterne. Por culpa de la derecha y la ultra derecha hemos tenido que arrastrar a todo el país por media Europa para comerle el culo a un delincuente como Puigdemont. El pobre enamorado se ha visto obligado a cambiar de opinión muchas veces, no una vez, sino todas las veces y las que haga falta. ¿Cuánto trabajo le costó al electricista gordinflón ir a Waterloo en primera clase contando billetes de las mordidas? La derecha nunca reconoce el enorme trabajo hecho a base de electricidad y fontanería. 

          Uno de los fachas más denostados fue Albert Rivera cuando ejercía en la política. Un iluminado que dijo que el gobierno estaría en manos de Sánchez y su banda. Una banda con un solo objetivo: saquear el país a costa de lo que fuera. Y el muy facha, no contento con eso, señaló a un simple portero de puticlubs, a un cliente habitual de los servicios de chicas, y al regordete calladito como los miembros de la banda. Y todo porque él no iba a formar parte del gobierno. Y se piró y dijo: «que os den, que ya los conoceréis cuando llegue el momento».

          Fue por eso, y no por otra cosa, por lo que los jueces, los periodistas, y la media España fascista empezaron a atacar al pobre enamorado. Por eso, y porque es muy guapo y alto y tiene una mujer rubia y un hermano músico, qué más se puede pedir. Son razones para que más de la mitad de un país de 50 millones de personas quiera quitarle el poder. Por suerte, no todos los fascistas y xenófobos son malos. Junts, por ejemplo, aún siendo la ultraderecha más reaccionaria de Europa apoya al enamorado, y no están dispuestos a dejarlo caer. Un acto de valentía y sentido de Estado que nos cuentan con un pinganillo y un traductor para entendernos mejor.

          El jueves vi al enamorado por la tele, un poco demacrado. «Yo estoy bien», dijo después de que en la dana palmaran más de 200 personas y lo sacaran a palos de allí. Pero hay algo que no me está gustando de él. Su patología compatible con diagnósticos psiquiátricos descritos en el manual DSM-5. Parece que le está afectando más de lo habitual. Quizá usted no se dio cuenta, porque el enamorado tiene mucho arte, pero ese día se sacó la chorra en directo por la tele y echó una larga meada en el careto de sus votantes que, siempre bien agradecidos, disfrutaron de esa ducha con la que les bendice el one, con cara de póker y mientras por dentro el muy felón se descojona de la peña. 

 

Saramago, ceguera y totalitarismo

          El gran escritor, Premio Nobel de literatura, José Saramago escribió en el año 1995 una obra singular titulada Ensayo sobre la ceguera. Recuerdo que la primera vez que la leí, cosa que he hecho dos veces, pensé en lo fácil que sería que algo como la pandemia blanca ocurriera en nuestras vidas, y lo poco que tardaríamos en ver efectos idénticos en la sociedad. Una pócima nebulizada desde los gobiernos capaz de obstruir cualquier vestigio de luz en el cerebro de gran parte de la población.

           Personalmente, y después de la rachita que llevamos, estoy convencido de que la maquinaria de ingeniería del condicionamiento social ha logrado efectos similares. Por un lado, una gran cantidad de rebaño inmunizado. Da igual lo que llegue a la opinión pública, como ocurre en las sectas, el individuo ha sido anulado y su razón ya no rige por criterios de objetividad u observación: lo único  que actúa es el sectarismo y la obediencia ciega. No niego, y solo hay que ver a esos pobres ministros arrastrados por los medios, también el miedo. En Alemania, después de la II Guerra Mundial, fue necesario un proceso de desnazificación con grandes masas de población superviviente.

          Por otro lado, una perturbadora puesta en escena de las acciones más abyectas y contrarias a la decencia democrática, pero que se pretende que se den por buenas. Todo, siempre que el sanchismo no acabe. Idéntica maniobra a la usada por el nacional socialismo hasta su hundimiento. El disidente es aniquilado o silenciado, cualquier maniobra sicaria es válida, y por todos los medios intentar ocupar las instituciones sin límite y sin respeto al reparto de poderes democráticos. 

          Pensaba esto porque en la España del sanchismo (o nuevo fascismo si prefieren), ya estamos en ese nivel. Obvie usted decir nada de las mil tropelías de la mafia porque solo encontrará 3 palabras: bulo, fango y ultraderecha. Un mantra en forma de trío que ocupa toda la capacidad sináptica de unas redes neuronales que, quizá como ocurriera con el pasado apagón, han colapsado en algún momento y nunca sabremos el porqué, ni de lo uno, ni de lo otro. Y casi mejor renunciar al intento, su única salvación será el suicidio colectivo o la dessanchificación, cuando descubran que han formado parte de un intento de destrucción de su propio país.

          La sociología moderna lo acabará estudiando en el futuro. Cómo un Estado de derecho pudo estar a punto de sucumbir  y autodestruirse con el beneplácito de buena parte de la población. Sosteniendo en el poder al Jocker enloquecido, capaz de inventar realidades paralelas con el único objetivo de esconder su siniestras maniobras.

Otro León socialista

          Hay gente que, después de todo, tiene mucha suerte. No paramos de llenar los noticiarios con apagones apocalípticos, papas que mueren, cónclaves, guerras o amenazas de nuevas guerras… En fin, un abanico de novedades XL que sirven como decía, afortunadamente, para que la olla de merdés locales en la que nos cocemos a fuego lento nos parezca una cosa anodina e insignificante. Que procesan al hermano del presidente, bah… envido. Que el juez llama a declarar al gobernador civil de Madrid y a un ministro… Puaj, tonterías de fachas… Y así todo.

          Por la banda izquierda andan esta semana a otras cosas, tirando cohetes con León XIV por ejemplo, porque según la conocida sabiduría de lo que esta gente aprende escuchando el violín, Prevost Martínez ha elegido ese nombre porque es progre como lo fue León XIII a finales del siglo XIX. Lo cojonudo es que lo dicen y te miran como diciendo: «¿Cómo te has quedao bacalao?». Y si te ven cara de poco convencido con el argumento te sueltan un: ¿No has leído la encíclica Rerum Novarum? Porque está clarísimo que este es socialista como lo fue aquel.

           Total, pensarán en su talentosa manera de enfocar las realidades alternativas, qué importa que votara en varias primarias del partido Republicano de USA hasta 2016, pelillos a la mar… Errores de juventud ya que solo tenía unos sesenta y tantos años por entonces. Nada para un papa. Lo importante es que siga la línea de León XIII, que para eso nos ha enviado una señal al elegir ese nombre. Claro que también se podía haber puesto Paco II, pero no, ha sido más sutil a la hora de elegir y si no, solo hay que leer la encíclica mencionada para comprender.

          Confieso que yo ya la había leído hace algún tiempo, y de ahí mi perplejidad combinada con el descojone. Son muchos su grandes pasajes como este: «Los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones». 

          El texto de León XIII (encíclica Rerum Novarum, publicada el 5 de mayo de 1891) destaca en otros pasajes parecidos, porque su opinión sobre el socialismo va en esa línea. Uno, claro, a poco que hile un par de movimientos del nuevo León concluye que, en efecto, votar republicano y elegir el nombre de León en honor a León XIII quizá tenga sentido. Lo que no tiene ningún pase, por indocumentado que se llegue a ser, es que se pueda estar tan intoxicado de mamandurrias como para no verlo y encima aplaudir con las orejas acerca de lo que no se conoce. 

El caso es que para comprobarlo solo hay, en efecto, que leerla. Aquí la dejo: 

Encíclica Rerum Novarum