Las ferias

          Las ferias, en plural, es una señal que delata de inmediato al que pronuncia la frasesita. El diagnóstico es claro: este no es de Sevilla. Es más, casi con toda probabilidad es de Madriz (con zeta). Puede que esta primera señal pase despercibida. Y la metedura de gamba quede suelta en el aire, pero lo cierto es que suele venir acompañada, a poco que pasen unos minutos, de otras imperdonables píldoras como asegurar que se estuvo en la noche del pescadito.

          Es complicado hacer ver a los foráneos que en Sevilla no freímos a Nemo ni a Dory para comérnoslos el lunes de feria, ahora los sábados, y que por eso lo que echamos en la sartén, ahora freidora, es pescaíto y no pececitos. Mucho me temo, que algún niño habrá soportado injustas pesadillas en las que su acuario de colorines se convertía en una especie de holocausto gastronómico.

          Otra perla gloriosa es aquella que pasa por hablar de lo bonito que son los trajes de faralaes. Recuerdo que la primera vez que lo oí, miré hacia el alumbrado  público pensando que hablaba de la luz y no del típico traje de gitana, o incluso de flamenca. Pero, eso sí, pocos deslices suenan tan desconcertantes como llamar tierra al albero, desconociendo su origen y consistencia y comparándolo con ese polvo de los caminos rurales que seca gargantas y ensucia los cuellos de las camisas.

          La feria de Sevilla tiene un origen humilde y mercantil, como casi todas las ferias. Que a lo largo de los años fue derivando en una fiesta de conmemoración, celebración, y así, poco a poco, si uno quiere puede llegar hasta el desmadre. Sin embargo, lo cierto es que se trata de unas celebraciones señoriales, en las que inevitablemente y de forma democrática tampoco falta el macarreo conforme avanza la noche y el alcohol.

          Como sevillano metido en años, confieso que lo he pasado muy bien en la Feria de Sevilla, incluso tuve el privilegio de conocerla cuando se montaba en el Paseo del Prado, allá por los años 70. Y luego la disfruté a tope en su nueva ubicación en los 80. Confieso que hace bastantes años que no bajo a Sevilla por pereza, sobre todo para entrar y salir del recinto ferial, que en ocasiones puede llevar alguna que otra hora. En mí sí tengo recuerdos inolvidables, de lo mucho que disfruté en las ferias (aquí sí toca plural) de mi juventud.

 

            

Una cara nueva

          Después de casi dos años, a partir del miércoles, usted tropezará con una cara nueva cada día. Los rostros desnudos le parecerán un espectáculo inédito, y es posible que descubra nuevas bellezas y fealdades. A mucha gente se le va a caer la máscara y se mostrará con sus encantos naturales, o con sus defectos sin corregir. La vida volverá a ser, ahora sí, como era antes de la pandemia, o casi.

          Casi, porque seguirá siendo obligatorio su uso en transportes públicos, lo que provocará aún más rebeliones individuales de las que hemos visto. Recuerden las escenas de individuos que retaban la prohibición, e incluso agredían a policías y agentes de seguridad en el metro, por citar un ejemplo. El hecho de que ahora su uso obligatorio sea residual no facilitará la conducta cívica, y sí podría empeorarla.

          Se alude al derecho de admisión en los establecimientos, por ejemplo, en las grandes superficies. Es decir, que quizá sea obligatorio el uso de mascarilla en Mercadona, pero no en Carrefour, o solo en días alternos en El Corte Inglés. Esto se me antoja otra fuente potencial de conflictos. Además, para hacer uso de ese derecho de admisión, la prohibición de entrar sin mascarilla debe estar bien visible para todas las personas. Esto me recuerda a mis tiempos de juventud, cuando en las discotecas no te permitían pasar si llevabas zapatillas de deporte, y en las trifulcas a palos que a veces provocaba la situación.

          Puede que la mascarilla como elemento genérico de higiene tenga sentido: se traga menos contaminación, no se difunden tantas gotas minúsculas de saliva encima del pescado, o de la fruta etc. Pero, en mi opinión, no parece que tenga un gran valor preventivo de contagio de un virus. Las mascarillas las usa el común de los mortales como un Kleenex todoterreno. Un elemento de quita y pon que rueda por las mesas de las terrazas, que viaja de un bolsillo a otro arrastrando todo tipo de inmundicias. He visto incluso limpiar una silla con una mascarilla y luego ponerla en la boca. 

         Después de todo somos unos animales muy domesticables, tragamos con todo. Estos dos años de pandemia han servido para que, a pesar de las mascarillas, a muchos se les haya caído la máscara. Nunca habíamos tragado tanto como hemos tragado, y a muchos les ha cambiado la vida, a algunos para siempre y a otros, al menos, hasta que se les acabe el dinero de los pelotazos gracias a las mascarillas. 

El libro y su competencia

          Recientemente se publicaron las cifras de ventas de libros en España en 2021, año todavía de pandemia. Y no sé si para sorpresa de las editoriales y distribuidores, los resultados muestran que hubo un incremento significativo respecto del período anterior. Lo primero que se nos podría ocurrir es lanzar las campanas al vuelo y descorchar algún caldo bien rico con el que celebrar tan grata noticia, sin embargo, lo mismo conviene ser prudentes.

          Es posible que más tiempo disponible debido a los confinamientos significara también más paseos curioseando las redes sociales para ver de qué se hablaba, quién había publicado libros o discos, y por supuesto consumir videos de todo tipo en Youtube, Tik Tok, reels de Instagram y demás devora minutos como si no hubiera un mañana. ¡Ay! Si muchos supieran que con las cien horas mensuales que, de media, dedican a estos menesteres procrastinadores podrían solucionarse muchos de sus problemas. Se quedarían pasmados. 

          La pandemia se ha mostrado, además de como una tragedia sanitaria, como un excelente director de innovación. Todos nos hemos tenido que reinventar y, ese detalle, puede que explique en parte el incremento en las ventas de manuales de bricolaje, publicaciones de autoayuda, recetas de cocina, cursos de inglés o chino. etc. Y por supuesto, de todo tipo de historias relacionadas con virus, pandemias, sanidad, enfermedades y cuestiones relacionadas.

          Otra competencia que fue eliminada para la venta de libros fueron los bares, terrazas y restaurantes. De repente, las tardes soleadas, los mediodías con los amigos, las noches de los viernes e incluso jueves, las salidas de los fines de semana… Todo eso, gran fuente de gasto en tiempo y dinero, se vio congelado de la noche a la mañana. Y tras consumir casi toda la oferta de Netflix, HBO y tertulias de sabios, la gente empezó a rebuscar por los rincones algo que aliviase el paso lento y monótono del tiempo.

         Para abrir el corcho de las celebraciones yo esperaría a ver las ventas del 2022 cuando se publiquen el año que viene. En este año en el que, casi vencido el virus, vuelven las Fallas, La Feria, las romerías de los pueblos, las playas a tope y, en definitiva, una normalidad muy parecida a la que teníamos en 2019. Y si se confirma esa tendencia, entonces no solo un buen vino, sino además, una rosa, un libro y una buena compañía con quien compartir la alegría. 

 

El perfil del elegido

          El perfil del elegido en las urnas, es decir, democráticamente por ciudadanos libres, debería pasar un exhaustivo análisis psiquiátrico antes de que su nombre pudiera imprimirse negro sobre blanco en una papeleta. Y no solo eso, sino que si después de ser elegido y tras alguna de las revisiones periódicas de su salud mental, se detectara alguna deriva neurótica o psicopatológica, se le inhabilitara de forma automática. Así, quizá viviríamos todos en sociedades más sanas. 

          Hay que tener en cuenta varias consideraciones: primero que en el programa político de los partidos, ese panfleto que casi ningún votante lee, no se dice, y ni siquiera se insinúa, cuáles son las verdaderas intenciones de quienes se presentan en las listas elaboradas por los jefes a base de añadir a los más pelotas y sumisos, cuando no a las más complacientes. Y por alguna de estas maniobras del azar y las papeletas llegó una tal Clara Ponsatí a las instituciones políticas catalanas. 

          Convendrán conmigo que esta señora, que en plena guerra en Europa, que se fugó de la justicia española por delitos graves contra su país, asevere lo siguiente en TVE2 es de psiquiatra: «la independencia de Cataluña, bien vale la vida de personas». Es un claro indicativo de desequilibrio mental. En una entrevista en la que dando pares y nones, dejó entrever que por ella que palmen unos cuantos catalanes y catalanas podría ser un precio aceptable del conflicto. Y obviamente, por su histórico de huidas en plena noche, deducimos que no se refiere a palmar ella o sus familiares, sino sus votantes y los hijos de estos.

          El discurso de esta clase de gente es siempre ambiguo, sucio, lleno de claroscuros y ambigüedades. Pasa de decir en un momento de la entrevista que ella por supuesto que renuncia a la violencia y que no se refiere a eso, a meter la cuña entre pliegues de que la muerte de unos cuantos catalanes por la independencia sería aceptable. ¿De qué iban a morir me pregunto yo, de un resfriado? Los cobardes no solo suelen darse a la fuga, tampoco hablan claro, no sea que se les note demasiado.

         Es desalentador ver como se nos llenan las instituciones de lo peor de nuestra sociedad: de ladrones de cuello blanco, de psicópatas, de sectarios y radicales, de gentes llenas de odio, de exterroristas, de delincuentes condenados en sentencia firme, y todos ellos se pasean con tranquilidad y chulería por los pasillos en los que se reparten el dinero y el esfuerzo de las gentes.

          Es posible que como representantes del pueblo sean, desgraciadamente, una muestra de lo que tenemos en España. Pero también es posible que no, y que simplemente con el tiempo, con los sistemas electorales que tenemos, el descontrol en los partidos y el ninguneo de la justicia; la política y las instituciones hayan sido tomadas al asalto por un ejército de piratas. 

Heridas que no cierran

          Las heridas que no cierran es una de las consecuencias más claras y, a saber porqué, de las que menos se tiene en cuenta en los conflictos sociales. Y, en particular, en las guerras. En España, sabemos de ello una barbaridad, no solo por nuestra trágica Guerra Civil, sino por nuestro histórico de siglos como país. Las secuelas, los daños, y las desgracias inhumanas se transmiten de generación en generación, creando un ideario colectivo de odio que se va auto alimentando con el tiempo.

          En nuestro país, ya en plena democracia, hemos visto rostros de asesinos de hombres, mujeres y niños, con los ojos inyectados de ira entre rejas, siendo juzgados por crímenes como el de VIC o el de Miguel Ángel Blanco. Hablamos de asesinatos perpetrados más de un cuarto de siglo después de disfrutar de libertad, democracia, y capacidad para elegir a quienes gobiernan. Sin embargo, la semilla del diablo ahí seguía. Tratando de remediar una Historia de hace 80 años.

          Putin, en su descerebrada maniobra de invadir un país del tamaño de España y someterlo, tampoco tiene en cuenta este factor que, además con los nuevos tiempos y tecnologías perdurará aún más. Las imágenes de muertes en directo, destrucción de ciudades, hospitales, maternidades, civiles aniquilados por familias enteras y el aluvión de refugiados huyendo de la muerte, no se borrarán durante siglos.

          Es inútil que trate de cortar las comunicaciones en Rusia con el exterior, que boicotee a la prensa, que censure, o que intente construir un relato para consumo interno. Parece mentira que Putin siga creyendo que vive en los años de la Guerra Fría y que la globalización no ha llegado a su país. Que como hiciera Hitler, ocultar el Holocausto a los alemanes sería suficiente para que no se supiera lo que estaban haciendo.

         Putin ganará la guerra, pero Ucrania nunca será suya. Ni su población, ni su Historia, ni sus gentes que durante generaciones sentirán por Rusia un desprecio merecido, cuando no un odio que se irá alimentando con la esperanza de romper los vínculos con el invasor. Putin morirá, más pronto que tarde, y su legado, lejos de ser una gran Rusia, será el de un genocida. Un asesino recordado por sus crímenes de lesa humanidad.  

El dilema de la guerra

          Europa, y buena parte del mundo, vive ante el dilema de la guerra. Dice nuestro diccionario de la lengua que dilema es aquella: «situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas». Recuerdo, de niño, una vez que llegué del cole con un ojo morado. Mi madre solía decirme que dos no se pelean si uno no quiere. Y cuando me preguntó que me había pasado, le contesté que había seguido su consejo y no había querido pelearme con mi agresor. Confieso, eso sí, que no volví a considerarlo una opción.

          Europa tampoco quiso pelearse con la Almena nazi, pero eso poco importó a los agresores. Celebre es el inútil esfuerzo de Chamberlain y su documento en la mano con el acuerdo de Munich; papel mojado del que Hitler se reía en privado mientras preparaba la invasión de Polonia primero, y del resto del continente después. Al menos, la Historia puede decir que se hizo lo posible por evitar el desastre, pero no se pudo.

          Occidente mantiene la respiración esperando la mejor solución a la invasión rusa de Ucrania, pero hace bien en prepararse para lo peor. La amenaza de un desequilibrado con pocas diferencias respecto del que la humanidad sufrió hace 80 años, parece muy real. Un megalómano fuera de todo contacto con la realidad, con 70 años de edad, con el botón nuclear y anclado en la añoranza de la gran URSS no es cosa de broma.

          Rusia es uno de esos regímenes iliberales, como Venezuela, Cuba, o recientemente Nicaragua. Es decir, sistemas donde el Estado de Derecho ha sido liquidado por una oligarquía que, como en el caso de Rusia, utiliza una serie de herramientas: fraude electoral, represión, corrupción, atentados contra los derechos humanos y, en caso de necesidad, asesinatos. Todo ello, como contra propuesta a las democracias liberales de occidente.

          Lo que el mundo se juega en esta ocasión está por ver. Quizá tengamos algo más de suerte, y una bien elaborada operación Valquiria nos libre del desastre de una guerra total. Hablar mientras te bombardean, matan a tu familia, e intentan destruir tu país es complicado. Es la típica solución que dan algunos que, o bien prefieren ese tipo de tiranías, o bien desde su bisoñez acomodada en el sofá y en la moqueta, son aún más ingenuos que el propio Chamberlain.  

         

El tocino y la velocidad

          El tocino y la velocidad, esa dualidad que tantos hemos empleado para decirle a alguien que está mezclando cosas diferentes, confundiendo argumentos o pifiándola sin más. Ahora es algo habitual, se dicen tantas cosas y tan rápidas, y como se quiere llegar antes que nadie a una verdad efímera, de esas que se queman como un fósforo en cuestión de segundos, parece que da lo mismo el tamaño de la cagada.

          Esta semana hemos asistido al bochornoso espectáculo que nos ha regalado el centro derecha o la derecha política española. Una parte del espectro político plagado de niñatos, como ya dijera alguien de la casa, y de mentacatos engreídos y pagados de sí mismos con dinero de los contribuyentes. Sí, de esos que como el farsante de presidente que tenemos, también han llegado adonde están por la vía del atajo, el enchufe y el regalito de título o el plagio. Parecen primos hermanos. 

          Pero lo que me interesa hoy es lo irresponsables e ignorantes que son los medios de comunicación. Llevan toda la semana hablando de espionaje: que si espías para arriba y espías para abajo, que si contrataron espías en una agencia de detectives, que si un detective espiaba y así… Para que ustedes me entiendan es como si dijeran: que si contrataron un sicario en la comisaria de policía, y que si un sicario de la guardia civil fue a ver qué pasaba, pues lo mismo.

          Lo alucinante es que es gente que se dedica a la comunicación, que dirige periódicos o que presenta programas en televisión. La pregunta es fácil: ¿Dónde coño estudia periodismo esta gente? No deberíamos permitirnos tener un ejército de irresponsables tratando de contar la realidad, usando mal los nombres, confundiendo los conceptos y quedándose tan anchos.

         El espionaje es una actividad ilegal ejercida por cualquier delincuente que se dedique a ello, y que puede combinar con atracar bancos o con lo que mejor le venga. Un detective privado no hace espionaje, hace investigaciones en el marco de la ley y, no menos importante, su licencia depende del ministerio del Interior y de la dirección general de la policía nacional. Pero qué más da, lo mismo el tocino que la velocidad. 

Será el sentido del humor

          A mí no me gusta la marcha atrás, en la mayoría de los ámbitos de mi desarrollo profesional y personal siempre he intentado tirar para adelante. Como es lógico, con resultados desiguales según el caso. Las consecuencias de la marcha atrás para un individuo concreto son un asunto particular, pero cuando son las instituciones, los reglamentos o las normas de convivencia las que caen en ese retroceso, la cosa es más peliaguda.

          Hace unos días, supimos por los medios de comunicación que la Dirección General de la Policía eliminaba las pruebas de ortografía en los exámenes y oposiciones para el ingreso en el cuerpo. Y hace unos meses, desde Educación se aprobaba una ley para que los alumnos puedan pasar de curso sin aprobar unas cuantas asignaturas. Me pregunto cuánto falta para que los títulos de Bachiller o incluso Grado se puedan adquirir en el Mercadona, por ejemplo.

          Esta semana un insensato de 15 años, de esos que lo lleva todo suspendido porque se la toca a dos manos y no estudia, que solo le interesa la pantalla del móvil o el ordenador para los juegos bélicos, el porno y el wasapeo, asesinó a tiros a toda su familia porque le habían castigado sin acceso WIFI. Entre ellos, mató además de a su padre y a su madre, a una hermana de tan solo 10 años. Estas bestias, paradójicamente, son fruto de no haber metido a tiempo la marcha atrás.

          Yo no sé muy bien que orden de cortocircuitos mentales obran en las cabezas pensantes que, llevados no sé si de un buenísmo excesivo o pura gilipollez, acaban tomando ese tipo de decisiones para que un cenutrio salga del instituto con el título de Bachiller en la boca y sin saber apenas escribir, ni hablar más allá de emplear cuatro monosílabos que bien podrían ser el quejido de una acémila. 

          Lo mismo es por sentido del humor. Prefiero pensar que será eso, que estas mentes privilegiadas que han sido tocadas por la mano del divino, pensaron: pongamos humor al conocimiento. Así, cuando un policía le haga la prueba de alcoholemia a un conductor y le multe por conducir hebreo, el afectado se podrá defender en el juicio con el argumento de que no está circuncidado y su prepucio sigue intacto, y todo será un festival de risas y malos entendidos, antes de ir todos juntos a celebrar con unas cañas el talento progresista.  

Barrio Sésamo

          Barrio Sésamo se emitió en España, por primera vez, allá por 1979 y fue muy popular en la década de los 80. Se trataba de un tele teatro infantil realizado por actores disfrazados de personajes como la Gallina Caponata o Espinete. Recuerdo las tardes en las que, sin posibilidad de zapeo, encendías la tele y allí estaban, con sus voces estridentes y entonaciones acentuadas, enseñando a los más pequeños la diferencia entre arriba y abajo y cosas muy básicas de ese estilo. Conceptos que se podían engullir junto con la tostada untada de Nocilla y los morros pringados de chocolate. 

          Muchos de aquellos niños ochenteros, hoy ocupan cargos de elevada responsabilidad en grandes corporaciones, o en altas instancias de la Administración pública (no confundir con políticos), es decir, altos funcionarios de carrera. Por no citar notarios, o científicos de toda índole y disciplina. Otros son profesores, catedráticos, en fin, un ejército de gentes que sostienen el país en pie. Cada cual, con su esfuerzo y posición, según su circunstancia y mérito, se fue labrando un futuro más o menos prometedor y hoy están en la antesala de la jubilación.

          Una gran parte de esas posiciones se consiguieron a base de sudor y mucho esfuerzo, de exámenes interminables, pruebas técnicas y entrenamiento. Es decir, invirtiendo el tiempo de las noches sin dormir en un futuro que, bañado en café y nervios a la hora de jugársela en el ruedo, acabó por merecer la pena. La realidad es dura: un piloto de aviones no se puede equivocar y pulsar el tren de aterrizaje en vez del piloto automático, un ingeniero no puede calcular mal la carga soportable para un puente y, usted haga lo que haga, seguro que si la fastidia le va a salir caro o, en el peor de los casos, puede que se quede sin empleo.

          Por eso, los niños de Barrio Sésamo saben distinguir entre arriba y abajo. Es posible que, en un mal día y con el despiste de la tostada, cometieran un error de apenas un segundo pero luego rectificaran enseguida. Y esa, es una gran diferencia con quienes hoy manejan nuestra barca política. La que hay entre aquellos niños y un alelado que, cobrando una pasta impresentable de las arcas públicas, es capaz de marrar 3 veces el mismo día al elegir entre la complicada disyuntiva SI o NO. Cuando además, le han señalado donde poner el dedo, y en un alarde de tozudez confirma el error.    

¿Y si no son tan malos?

          ¿Y si no son tan malos? Esa es la pregunta que me he hecho después de ver las interpretaciones de TVE y alguna iluminada progre acerca del crecimiento de nuestra economía en términos de PIB. Es una duda razonable porque, la verdad, es que posiblemente se trate de otra cosa y les explico:

          En la televisión pública que pagamos todos, se supone que aviesamente aconsejados por detrás de las cortinas, nos largaron el gráfico que ilustra este post. En él se aprecia que la economía española creció en 2021 un 5%, redondeando a favor, pero bueno. Lo cachondo es que la gráfica muestra una V gigante que va de -10,5% que caímos el 2020 hasta el 5% del 2021, dando una falsa sensación de dinámica. Obviamente hemos crecido un 5% pero no desde cero sino desde aquel -10,5% de caída.

         Esta forma burda de manipulación es peligrosa incluso para la izquierda. Porque hacen que una concejala de desarrollo económico, Teniente de Alcalde de Rivas Vaciamadrid suelte en Twitter el 29 de enero a las 08:54 la siguiente perla: «La economía española creció un 5%. Pero no olvidemos que partíamos de -10%. Esto nos lleva a un crecimiento del 15%, lo que es algo histórico». Y esto es lo que me lleva a pensar que quizá no son tan malos, sino simplemente ineptos y analfabetos.

        Yo haría la prueba de bajarle su sueldo un 10%, pongamos de 100 euros a 90 euros, y al año siguiente subirle un 5% y pasaría a cobrar 94,5 euros, lo que según ella es un aumento de un 15%. Yo me resisto a pensar que es intencionado, que una señora como esta y el telediario piensan: total los españoles y españolas son gilipollas, para eso hemos hecho las leyes educativas que necesitamos.

         Lo cierto es que esta gente no pasa un examen de primero de la ESO. Podrían resultar estas anécdotas incluso graciosas si las encontráramos en un cuaderno de un sobrino, o ese vecino de primaria que viene con la mochila cargada. Lo dramático es que estas cosas las dicen en público la gente que nos mete la mano en la cartera cada mañana para gestionar la riqueza del país, y aumentar la propia a niveles de desvergüenza.