¿Y si fue la vacuna…?

           Todos hemos oído, leído e incluso reído con las teorías de la conspiración durante la última pandemia global que nos sacudió de lo lindo. Un repaso en toda regla a la prepotencia humana y la falta de previsión que costó 15 millones de vidas solo durante los primeros dos años, según Naciones Unidas.  España estuvo, como otras veces lo está en fútbol, a la cabeza del desastre, la manipulación informativa y el número total de muertos que, según el gobierno y sus palmeros, fueron sobre todo asesinados por la presidenta de Madrid: la señora Ayuso, que cada vez que hay elecciones les pasa la mano por la cara. 

          Nos comimos como campeones dos encierros inconstitucionales durante meses (por eso cambiar el TC), nos jamamos igualmente más años de mascarillas que de antigua mili, para ver si Koldo y su mafia ministerial liquidaban el stock chino, nos dejamos comer la oreja por el tonto Simón de un caso o dos como mucho y, además, aplaudimos como focas en los balcones según el tum tum de los tambores de un tipo que salía a darnos charlas paternales de una hora sin haber ganado nunca unas elecciones. Ni para presidente de su comunidad de vecinos.

          Pensaba esto después del bochornoso espectáculo de esta semana. Un prófugo de la justicia perseguido por delitos de extrema gravedad. Un delincuente internacional con orden de detención, que se mea en la cara de un país como España y lo hace en directo. Anuncia su agenda: cuándo viene, dónde da la charla pública televisada y, con las mismas, se va y se ríe de todos nosotros a la mansión que pagamos con nuestros impuestos. Allí supongo se saca la chorra de nuevo la moja en cava catalán y se la limpia en las cortinas decoradas con la bandera española. 

         Yo no creo que así por las buenas la humillación pública sea algo soportable de forma natural. Hoy, y con razón, le dices a un tipo amanerado maricón en un bar, o guarra a una que parezca una guarra de pago y acabas con grilletes en el calabozo. Después acusado de un delito de odio (nadie sabe cuál es el baremo ni el tipo objetivo), y lo mismo arruinado y maltratado. Eso si no te han metido antes una paliza el dueño del bar y sus amigos, dependiendo de si estás en La Moraleja o en Rivas Vaciamadrid. 

          Yo creo que nos metieron el chip, ya me jode darle la razón a Miguel Bosé, pero no hay otra explicación. Los humanos siempre tuvimos dos cosas que nos caracterizaban: la capacidad de vivir en sociedad, y el acecho preventivo para que no nos convirtieran en rebaños ciegos y rendidos. Nunca imaginamos que una masa amorfa de carne a 36 grados  sería capaz de tragar con todo sin rebelarse, sin hacer como en otras épocas hizo: darle caza al traidor y sus valedores y colgarlos por los pies en plaza pública. 

Marimacho

          Cuando yo iba al cole siendo adolescente el wokismo no existía. De USA lo que se importaba era el Winston y las películas de indios y vaqueros. De hecho, los niños solíamos pedir en Reyes, entonces Noel no había nacido, el equipo de shérif con su cinto repleto de balas y el revolver, además del sombrero y la estrella de seis puntas para prenderla de la pechera con un alfiler. Las niñas eran más de muñecas y cocinillas. Ninguna pedía unos guantes de boxeo. 

          Cierto es que, como en todas las épocas, había niños que se pirraban por echar mano a las cocinillas y las muñecas, y niñas que pasaban de esos juguetes y eran más de jugar al fútbol. El balón de reglamento, que así lo llamábamos, era otro de los regalos estrella de los niños junto con la camiseta del equipo preferido y las botas de tacos. Se hacía raro ver niñas jugando al fútbol, ¿quién nos iba a decir que las hijas de aquellas niñas acabarían siendo campeonas del mundo?

          Pensaba esto porque por aquel entonces a las niñas que se salían del carril los niños nos referíamos a ellas como marimachos, término hoy recogido por la R.A.E y que se refiere de manera despectiva a las niñas que se comportan y actúan como niños. Por suerte, con los años y la cultura de la igualdad bien entendida, las conductas y actividades de las personas no definen ni identifican el sexo de quienes las realizan. Tenemos hombres que son los mejores cocineros del mundo, y mujeres campeonas a nivel mundial en muchas disciplinas deportivas.

          Pensaba esto porque el wokismo como disparate, que no como ideología, nos quiere hacer comulgar con ruedas de molino. Lo vimos esta semana cuando un hombre embutido en un cuerpo de mujer, con cuerpo de hombre, cara de hombre y bíceps de hombre, de un solo puñetazo en menos de 30 segundos dejó K.O a la boxeadora italiana. En este caso, pensé, no se puede hablar de un marimacho porque no es lo que hace, sino los atributos fisiológicos y hormonales los que la acercan más al sexo masculino que femenino.

          Como quiera que sea, esa deportista encuadrada en torneos femeninos no tiene permitido competir en boxeo a nivel mundial, pero se «coló» en las Olimpiadas creando una situación injusta que ninguna feminista woke ha salido a criticar. No dudo que veremos a mujeres trans con barbas y bíceps como los de Tyson masacrando a chavalas de toda la vida en el ring para regocijo del wokismo pero, que quieren que les diga, para mi la argelina no es un marimacho, es un macho con vagina.     

Adictos al brócoli

          Por estas fechas todos los años menudean las compras de alimentos como el brócoli, las lechugas de tallos verdes y amargos, y diferentes ramajes que la gente consume como si se convirtieran en seres herbívoros por devoción. La intención, al parecer, es no mostrar en la playa unas lorzas que se han estado cebando durante todo el año con mimo y paciencia. Yo hace años que me he resignado al hecho de vivir en un mundo que está hecho al revés.

          Estoy convencido de que en otros mundos, quizá a no muchas galaxias del nuestro, el cordero y el cochinillo asado adelgazan y bajan las cifras de colesterol malo. Si además se les hace la cama previamente con un litro de cerveza fría y luego se riega con un bueno vino, entonces también se reduce el riesgo de infarto o de acumular grasa en el hígado. Y también doy por hecho que unos buñuelos con nata para terminar, o una copa de helados variados bajan los niveles de azúcar y evitan la diabetes.

          Pensaba esto porque estoy convencido de que no nos hemos podido fabricar a conciencia un mundo a la medida de lo malo, de lo que no nos gusta. Y que para mayor padecimiento todo lo bueno y rico de consumir se convierta en una espada de Damocles, o nos mancille la imagen con el estigma del sobrepeso y las miradas reprobatorias de los adictos al brócoli. Esos seres escasos que caminan por la orilla reclamando una mirada que nadie les presta, con cara de estreñidos o de amas de llaves del castillo de los horrores. 

          Estoy casi seguro de que en ese otro mundo, el sitio bueno y al que no hemos ido a parar por nuestra mala cabeza, mientras menos se trabaja más dinero se gana, porque doblar el lomo le gusta a poca gente. Los que se esfuerzan y se dejan media vida currando acaban pobres y sin amigos por no dedicarles tiempo, y terminan viviendo de la beneficencia. Si además reúnen los vicios propios de los herbívoros es probable que no lleguen a la esperanza de vida por alguna complicación sanitaria.

          En ese mundo donde el brócoli está prohibido, y sus plantaciones se han sustituido por la marihuana gratis, el jamón de bellota está más barato que la cebolla, y las fuentes de las plazas tienen dos grifos: uno de agua para los patos y otro de manzanilla fresquita para el humano. Yo estoy seguro de que alguien nos hizo el mundo un día que se sintió mala persona, y en un acto de locura nos mandó de una patada a esta huerta de padecimientos, donde si no eres adicto al brócoli lo llevas crudo. 

Somos ingleses en verano

          En verano es cuando los españoles más y mejor mostramos que, en realidad, lo que siempre hemos querido ser es ingleses. Lo compruebo cada vez que enfilo la autovía camino de la playa. No me cabe la menor duda de que la inmensa mayoría de los conductores han sacado el carné de conducir en Gibraltar, o quizá en alguna ciudad no tan española y gaditana, pero sí regentada por algún tipo borrachuzo de Banbury o Chipping Norton, dos de las ciudades más feas de U.K.

          Da igual si el coche en cuestión es eléctrico o de combustible anti Agenda 2030, si es potente y está en perfecto estado o se trata de una tartana con ruedas conducida por una persona casi invidente: todos por el puto carril de la izquierda, velocidad media de la fila de coches 60 km/hr, y nadie por la derecha salvo un camión a sus anchas cada varios kilómetros. Sí señor, como debe ser, y como enseñan en las autoescuelas inglesas entre trago de cerveza y chupito de ginebra.

          Ignoro la tozudez y sospecho que, si no es porque han aprendido a conducir al otro lado del Canal de la Mancha, debe de ser por una hemiplejía neuronal. Una patología grave y con frecuencia sin cura conocida. Uno de sus efectos y consecuencias observables más evidentes es el derrote hacia la izquierda sin razón aparente, incluso contra toda lógica y sentido común. Una querencia, por decirlo en términos taurinos, a vencer de lado hacia la barrera del tendido cinco donde más da el sol.

          A veces, cuando de alguna de estas filas se desprende hacia la derecha uno de esos vehículos ovejeros se lleva un susto. Resulta que las vías tienen un límite de velocidad de 120 km/hr y a su derecha, en ocasiones, otro coche que quizá circula solo a 60 km/hr les está rebasando. La única manera de no hacerlo, sería que por la derecha solo circularan cochecitos a pedales. Es entonces, cuando el empecinado zurdo saca su manual inglés y se enrojece, ebrio probablemente de vino peleón o de cazalla mañanero. Le recuerda entonces al otro conductor que se espere a que él pille sitio en la orilla de la playa y luego, ya si eso, avance por la derecha.

          Pensaba esto, porque aparte de que Gibraltar sea español, es importante no confiar en aquellos que muestran un irracional impulso hacia la izquierda pase lo que pase, bloqueen lo que bloqueen, provoquen accidentes, retenciones, retrasos de décadas y el mosqueo generalizado de la peña incluso para ir a la playa un fin de semana. Es una patología y eso conviene tenerlo en consideración, no todos los pacientes tienen arreglo o cura, hay un punto de no retorno, por desgracia, en el que mucho me temo que nos estamos metiendo hasta el cuello. 

           

          

Círculo de Lectores

          Trajinaba yo en el verano del 82 entre un curso de bachillerato y el siguiente tratando de embolsarme algunas pesetas. Tenía edad legal para trabajar, aunque creo recordar que en aquella época las leyes laborales eran mucho más laxas que ahora. La tasa de paro de aquel año según la EPA era del 16% en general, y casi del 50% en menores de 20 años. Más o menos, la misma que ahora 40 años después si descontamos los trucos del almendruco.

          Ya fuera cosa del destino o de vaya usted a saber, supe de un anuncio en el que buscaban vendedores para el Círculo de Lectores y allí que me encajé. Logré el puesto sin contrato, lógicamente, y a comisión por conseguir nuevos socios para aquella revista de la que cada mes había que comprar un libro o un disco, o quizá dos, si no recuerdo mal. Suscribirse costaba 200 pesetas, y yo el primer mes cobré de comisiones 8.000 pesetas. Es decir, que tuve éxito, y enganché a un montón de gente para aquella empresa.

          Muchas de las familias, de barrios humildes, que se encontraban con un chaval de 17 años en la puerta, de verborrea facilonga y descaro sin cuento, me miraban desconcertadas. Algunas madres me señalaban varios churumbeles que se arremolinaban agarrados a sus piernas moqueando, y me decían que a ver cómo se las apañaba ese día para hacerles el bocata. Eran tiempos muy duros, en una España todavía con niveles de desarrollo alejados del resto de países de una Europa en la que todavía no habíamos ingresado.

          Yo me debía a mi trabajo y quizá por eso, ignorando las necesidades que me señalaban los posibles clientes, les hacía ver que leer era la mejor inversión para sus hijos. No mentía. Aunque mi argumento como es lógico era interesado y, casi seguro, inoportuno. Vi muchas veces como algunos padres y madres rebuscaban en cajones las monedas o renunciaban entre gestos de resignación a la litrona de ese día. Yo me llevaba mi contrato. No me arrepiento. Hoy sé, aunque no lo vea, que he llenado de libros muchas casas humildes de Sevilla. 

          Leer en aquellos años era casi la única diversión posible, además de escuchar música o fabricar niños. Hoy, la oferta de ocio es tan abrumadora que leer solo es una opción entre plataformas digitales, cientos de canales de música, podcast, porno en internet y bulos en cascada. Quizá por ese motivo no nacen apenas niños, en pocas casas hay ya una biblioteca junto a una chimenea para las horas de lectura, y nos tragamos como si fueran pipas los programas basura de chismes e indignidades sin cuento. Sé que muchos de aquellos libros siguen existiendo, y que muchos de aquellos niños y niñas que vieron entrar libros en sus casas hoy se acuerdan de ello. Lo sé, porque algunas hoy mujeres lectoras me lo han contado, las vueltas que da la vida. A todas ellas, mi gratitud con afecto. 

En tierra hostil

          Nos empeñamos en construir un mundo hostil y sospecho que, lejos de otras paranoias y teorías de la conspiración, es fruto simple y llanamente de la gilipollez que nos envuelve. Hay gilipollas fabricando cosas que llegan a nuestro entorno y tenemos que aceptarlo, como aceptamos a un familiar agregado aunque sea un par de veces al año, o al soplagaitas del fontanero metido a camarero que nos quiere dar clases de enología.

          Hace años las cabinas telefónicas, como aquella en la que José Luís López Vázquez se quedó encarcelado en 1972, lo normal es que se quedaran con las pesetas y no funcionaran o que, en el mejor de los casos, te sisaran el cambio. A veces no había más remedio que reclamar la pasta a golpes y patadas y, aun así, lo habitual era que el engendro se quedara con las monedas. No me extraña la saña con la que algunos se despacharon con aquellas trampas. 

          Pensaba esto porque ayer cometí el tremendo error en un hotel de Madrid de tratar de comprar una botella de agua en uno de esos engendros de vending. Dícese de una máquina supuestamente avanzada en tecnología que vende agua a precio de tinto Ribera del Duero reserva. Pero había sed y meter el careto en el lavabo para beber a gañote del grifo me cuesta, aunque no dudo que es hacia donde nos llevan, si no a algo peor. 

          Metí un billetito inocente de cinco pavos por una rendija que me lo escupió unas veinte veces en modo primero te voy a tocar los huevos, que sé que tienes sed. Luego, una vez decidió aceptar la pasta me devolvió los 2,20 euros en ridículas monedas de 10 céntimos. Resultado: saturó el monedero de tal modo que no se podía abrir para recoger mis preciadas monedas. Otra pelea, y algunos empujones a la maquina ante la atenta mirada del segurata y la recepcionista. Decidí entonces recoger primero la botella y, otra pelea, al meter la mano en una trampilla o especie de portón negro con muelle me atrapó hasta el codo con ánimo de cortarme el brazo para impedir que sacara la botella de agua a precio de Pesquera.

          Me consideré en tierra hostil y, haciendo un alarde de la paciencia que no tengo, hablé con el segurata y la recepcionista: «o hablan ustedes con la maquinita, les dije, y me dan mi agua y mi dinero o aquí se va a liar la mundial y le pego fuego al hotel» (Se me fue un poco el ímpetu y las ganas de matar). Accedieron, no obstante, a la mediación. Llaves de por medio y apertura de la traidora máquina y otras operaciones impidieron el desastre y mi perdición. Yo me pregunto: ¿De verdad tenemos que construirnos un mundo rodeado de tantas mierdas que nos hagan la vida tan antipática ?

Garganta de faquir

          Hay argumentos y relatos que nos tragamos como faquires sin el más mínimo esfuerzo. Quizá porque primero nos fueron acostumbrando a engullir dislates con cucharilla y en pequeñas dosis, a modo de yogur o papilla. Luego, y según los gaznates fueron tomando forma ensanchada nos vimos un día comulgando con ruedas de molino, tan ricamente. Y, de ese modo, hemos llegado al día de hoy en el que la trola más incomestible nos la meten hasta el corvejón sin el menor reparo.

          No les voy a hablar de bulos, ni de la intifada gubernamental contra los medios que se viene encima como parte del plan de demolición de las libertades. Para estas cosas ya tienen ustedes, queridos lectores, los telediarios y, además, se van a inflar a comer de ese plato durante las próximas semanas. El plan es que no se hable de lo importante y, sobre todo, de los casos más preocupantes para quienes tienen montado el circo un día sí y otro también con el dinero de todos los ciudadanos.

          Hace unas semanas la dimisionaria a tiempo parcial se «enorgullecía» de que en España se había batido récord de personas que necesitaban ayudas de subsistencia y un salario mínimo vital. ¡Esperen no mastiquen y piensen un poco! O sea, orgullo NO de personas que escapan de la pobreza y las ayudas, sino de lo contrario. No sé si el absurdo del relato le resulta comestible, pero desde un punto de vista lógico racional no hay por dónde cogerlo. Quizá por eso, estamos en el podio de los países con más personas en riesgo de pobreza y exclusión social en la Unión Europea, solo por detrás de Rumanía y Bulgaria.

Ver aquí el dato de Eurostat: https://ec.europa.eu/eurostat/databrowser/view/ilc_peps01n__custom_11655562/bookmark/table?lang=en&bookmarkId=1fe5fbf6-51a6-4b4b-a0d5-b9e715618a34

 

            Sin embargo, este dato no debe confundirles ni hacerles cambiar de dieta. No tiene nada que ver con el hecho de que los 3  países com más personas en riesgo de pobreza y exclusión social: Rumanía, Bulgaria y España sean gobernados por socialistas o social comunistas desde hace años. Muy al contrario, son las derechas malas y perversas que no gobiernan en esos países las culpables de que cada vez haya más desigualdades y más necesitados. Beba un poco de agüita fresca si no pasa fácil. Pero es lo que hay.

          Ya les anticipo yo con esa intuición que me caracteriza, que en estos países los necesitados y subsidiados, las personas a punto de caer en la pobreza y la exclusión, los desesperados y apartados del mercado, los sin casa ni posibilidad de comprarla, los que tienen problemas para llenar la cesta de la compra y comer decentemente aumentarán, y acabarán siendo una mayoría a salvo de la mano negra que los somete a una situación tan desafortunada. Pero ahí seguirán, no podrán con ellos. Porque oiga, si de repente prosperan y son libres, ¿Para qué serviría el socialismo? Es para un amigo facha…   

 

           

La parada del metro

          Hoy es día de elecciones europeas, y quizá usted, amigo lector, se haya desplazado en metro para ir a votar si su localidad cuenta con este tipo de transporte. Yo he ido en coche, y la razón es porque en mi pueblo no hay metro. Y es posible, casi seguro, de que en el caso de haber utilizado ese tipo de desplazamiento usted haya caminado un buen trecho, si no algunas manzanas para llegar al colegio electoral. 

          Las elecciones europeas no despiertan gran interés en la población a tenor de los porcentajes de votos que conocemos. En España desde 1987 casi la mitad del censo no vota, y fue ese año 1987, en el que mayor porcentaje de participación se alcanzó con un 67%. A ver qué tal se da el día de hoy. Lo cierto es que a un alto porcentaje de españoles Europa les coge a desmano, demasiado lejos como para ir a ejercer un derecho del que no tengo claro que perciban el retorno. Es como pillar el metro a sabiendas de que esa línea es de sentido único. 

           Yo soy europeísta por convicción. Creo que para España fue crítico entrar en la UE, y que dimos un salto de gigante gracias a la solidaridad bien utilizada de otros países para impulsar el desarrollo socioeconómico hasta niveles que no habríamos soñado de otra manera, al menos, en el mismo espacio de tiempo. Fue una lanzadera que nos catapultó hasta posiciones de privilegio en el plano internacional. Luego, no niego que conforme el Parlamento Europeo se fue convirtiendo, como el Senado en España, en un cementerio de burócratas amortizados en sus países perdí el buen rollo con el invento.

          Son miles y miles de salarios elefantiásicos que cobra gente que no va a currar a la oficina la mayoría de los días ¿Cuántas veces a visto usted la cámara de casi 800 sillas prácticamente vacías? ¿Qué hacen?, ¿teletrabajan? Yo soy un poco descreído, y más viendo lo que envían nuestros partidos a Europa, lamento decirlo, pero son los desechos de tienta. Los que aquí ya no nos sirven ni para el plató de Sálvame. Supongo que pensarán, total para lo que tenéis que hacer allí vale cualquiera que sepa sobar, comer bien, cobrar a fin de mes y no le importe el mal tiempo a cambio de 10.000 pavos al mes más dietas. Y claro, no es que se apunten en legión, es que se matan porque los apunten. 

          Aún así no queda más remedio que votar a alguien, o mejor dicho, a un partido que le dé boleto a un grupo de afortunados ellos y ellas a ese retiro dorado de la vieja Europa a punto de caducar. A mi me cuesta trabajo elegir, porque lo cierto es que no hay programa perfecto: el que no adolece de una muela le falta una oreja o le apesta el aliento. Así que hago como usted con la parada de metro: elijo la papeleta que más se acerca a mi destino y me fastidio con esa incómoda distancia que me separa de mi ideal. 

Defensa india de dama

          Los aficionados al ajedrez habrán deducido por el título, defensa india de dama, que los 2 minutos de letras para el café de hoy van de ajedrez. O, para ser más concretos, de la utilidad del ajedrez en diferentes contextos como el social, entre otros. La defensa india de dama es una de las más conocidas en ese juego de estrategias en el que las fichas son colocadas, movidas e incluso sacrificadas para preservar la vida del rey que, a la postre, es el único que importa.

          Claro que el rey, como no podía ser de otra manera hasta que se imponga la obligación de un ajedrez con dos reyes, tiene a una dama junto a él. Esta sí puede caer en la contienda, pero no es  nada sencillo, se trata de una pieza clave que al ser derribada hace tambalear el tinglado del que forma parte si no es que lo convierte en inviable y propicia a la postre la caída del rey. Esto es así porque la reina tiene una gran capacidad de maniobra: se conchaba con otras piezas, las cobra a destajo por todas partes y se esconde tras una maraña de peones.

          La defensa india de dama se basa en los flancos, no en ir de frente ni mucho menos, sino en la cautela que proporciona el actuar de perfil poniendo por así decir, el lado bueno de la cara a la vista del resto del tablero. Esto se consigue colocando a los alfiles en flanchetto y enmarañando el centro de la jugada con piezas menores que anuncian movimientos falsos, o incluso son inmolados para proteger la caza mayor.

          En algunas partidas, la situación es tan comprometida que el rey se enroca, como si se retirara durante unos días en su torre levantando un muro entre él y el resto de la contienda. Allí dispone de un tiempo de asueto libre de invectivas de las fichas del contrario, mientras dispone nuevas maniobras en favor de su amada e imprescindible reina. Suele ser este el período en el que plantea la defensa numantina: defensa tenaz de una posición hasta el límite se dice, a menudo en condiciones desesperadas.

          No obstante, cuando el planteamiento no es bueno y los movimientos realizados son reprobables hay poca defensa. Los caballos del contrario acaban flanqueando las defensas, mientras la infantería barre tanto peón engordado con casillas engañosas. La reina, por mucho que se esconda, si no sabe reconocer sus fallos y rectificar acaba cayendo y, tras la torre escondido, al rey solo le deja la alternativa de hacerse el harakiri o de esperar el alivio que le proporcione el rey opuesto con una daga quitapenas.     

Epidemia de gurús

          Las epidemias de gurús son algo recurrentes. Salvando las distancias, son como las oleadas de la gripe y otros bichos oportunistas. Llegado el momento idóneo, cuando se dan las condiciones de temperatura adecuada, bajas defensas de la población general, y abundancia de posibles huéspedes, entonces aparecen a campo abierto y colonizan el cuerpo y la mente de sus víctimas. Es una dinámica que se da en todas partes, pero en España en particular con especial incidencia. No en vano, damos nombre por una cuestión de error de atribución a la famosa gripe española de 1918.

          Los gurús florecen como esos yogures de limón que nadie come, y que te los pegan junto a los paquetes de leche que todo el mundo compra. De ese modo, agazapados como lapas acaban escondidos en algún rincón del frigorífico, alertas al incauto desprevenido con un poco de hambre. Entonces, ¡Zas!, te lo encuentras en la mano, y cuando te descuidas ya tienes ese sabor ácido y químico del que no puedes desprenderte en toda la mañana.

          Pensaba esto porque hace unos años, cuando se puso de moda lo de enseñar a la gente común a hacerse millonaria con el trading (jugando a la bolsa como si fuera el Tetris desde casa), aparecieron infinidad de genios y gurús de los mercados financieros. Un amigo mío, me contó que sospechó algo al asistir un caluroso día de verano a un curso para hacerse ricos. El tipo que lo impartía, en Málaga, llegó diez minutos tarde empapado de sudor. Se acababa de bajar de una tartana sin aire acondicionado y había comido a la ligera un menú de 5,95 euros en el bar más perrero de la zona.

          Algo parecido ocurrió primero con el coaching, y ahora con los maestros de escritores de éxito. A los diez minutos de que alguien, hace unos 20 años, pronunciara por primera vez la palabra coaching, en España estábamos inundados de expertos en la materia por las esquinas de todas las calles físicas y virtuales. Incluso te regalaban cursos a distancia en Mercadona adheridos a los packs de yogures de limón. He conocido profesionales del mundo de la verdulería mutar de ese sector y hacerse gurú del coaching para terapia con caballos en un fin de semana.

          Ahora ocurre lo mismo con los genios de la literatura. Han surgido como setas porque saben que hay muchos futuros premios Nobel esperando. Los verás en IG, en Facebook, y probablemente en la puerta del super. Son quienes por unos cuantos miles de euros te enseñarán no solo a escribir bien, también a publicar en las grandes editoriales, a tener éxito como Pérez Reverte y deslumbrar al mundo con tu literatura. Todo gracias a los secretos que atesoran y que, en un magnánimo esfuerzo de generosidad, nunca han puesto en práctica para escribir ellos mismos una sola frase.