El gusano definitivo. Serie de post «the missing link» 3.

          Cuando me enteré de que en Siberia habían descongelado un gusano con más de 45000 años y que seguía vivo, me entraron nuevas dudas acerca de qué es la vida. Han leído bien: 45 milenios. Ustedes, como yo, quizá se pregunten cómo carajo lo ha hecho ese bicho. Quédense con este término: criptobiosis. Palabrota que yo no había oído hasta entonces, y que viene a ser un proceso que pone el metabolismo de los seres vivos en suspensión hasta el punto de que el animal parece estar totalmente muerto.

          Yo no había escuchado nada parecido desde el experimento teórico de Schrödinger, pero no se trataba de un microscópico gusano, sino de un gato entero de tamaño estándar. El caso es que a pesar de lo mucho que dio que hablar aquel dilema, ahora parece que sí se puede estar vivo y muerto a la vez. Por lo menos, en forma de gusano, pero no solo, como les contaré en el siguiente post de la serie «themissinglink».

          Este nuevo hallazgo se produjo cerca de un remoto lugar donde está la puerta del inframundo: Sajá-Yakutia, una de las regiones más inhóspitas de Rusia. Allí el permafrost se está derritiendo como un helado de nata en Matalascañas cualquier día de agosto, desvelando la Historia del planeta. La sorpresa es que parte de esa Historia parece seguir viva, o ser capaz de volver a la vida, como se prefiera.

          Este tipo de descubrimientos pueden ser una oportunidad. No sé muy bien con qué objetivo, pero por ejemplo, podría servir para los estudios genéticos o de longevidad. Ignoro si a usted le mola la idea de vivir 45 milenios, la mayor parte de ellos congelado junto a la merluza en el arcón de su casa a la espera de una Navidad futura. Nunca se sabe. 

          También tengo claro que representa una amenaza, no ya por el pequeño detalle de que cuando se descongele el permafrost y libere todo el carbono y el metano que contiene nos vamos a reír un montón en el infierno. Antes de eso, aunque ya está ocurriendo, una gran cantidad de animalitos que llevan eones echándose un sueño fresquito se van a despertar, a la vista de lo que está ocurriendo. Y sí, quizá usted ya lo ha adivinado: no estamos preparados para una amenaza desconocida de ese tipo. 

          

Ensayo y error. Serie de post «the missing link» 2

          Todo lo hecho y conseguido por el hombre ha sido a base de ensayo y error. O dicho de otro modo, vas y pruebas, te la pegas y lo intentas de otra manera. No es que sea un método muy sofisticado, pero funciona para casi todo el mundo. Siempre hay, como es conocido, quien prefiere reiterar en el error hasta hacerse daño, pero ese es tema para otro día. En el mundo empresarial, siempre dado a los eufemismos, se le llama hacer un ensayo piloto. En la ciencia también, pero en vez de meter a un piloto en un transbordador espacial para convertirlo en polvo estelar, meten a un macaco en una jaula y le pinchan cosas en el lomo.

          En la película dirigida por Franklin J. Schaffner basada en la novela de Pierre Boulle, «El planeta de los simios» (1968), las tornas cambian y son los humanos quienes hacen de cobayas. Hoy decimos que se trata de un relato distópico. Los simios evolucionaron a partir de la raza humana, o prevalecieron, después de que nosotros destruyéramos el mundo tal y como lo conocíamos en el siglo xx. Mi teoría es que no necesitaremos llegar al año 3978 como en la historia protagonizada por el coronel George Taylor (Charlton Heston), sino que ocurrirá mucho antes.

          Después de 1945 y del lanzamiento de las armas nucleares inventadas por Robert Oppenheimer, el mundo ha conocido un tiempo de paz a nivel global (guerras locales o bilaterales no ha dejado de haber nunca), impensable hasta entonces, a la luz de la Historia desde tiempos de Alejandro Magno. Una amenaza con un poder disuasor tan grande que hizo impensable usarla unos contra otros por lo absurdo del resultado final: no es posible el juego de suma cero si el resultado es cero ganadores.

          Pensaba esto mientras escribía mi ya avanzada segunda novela, porque esta semana ha saltado una nueva alerta mundial en China que ha colapsado los hospitales. Un virus respiratorio que ataca selectivamente a los niños. La parte de la población no ensayada con el COVID-19 y que tuvo como diana primaria a la población mayor. Hemos pasado de las residencias de ancianos a las guarderías infantiles. La pregunta es: ¿Y si somos un gigantesco laboratorio planetario antes de poner en marcha el plan definitivo? Es posible que China, que en asuntos de población masiva tiene experiencia, haya entendido antes que nadie que dentro de poco no vamos a caber todos en este planeta. O, al menos, no todos haciendo cada cual lo que mejor le parezca, es decir, no todos en libertad.

          Si la fisión nuclear nos pareció un engendro del diablo, soplado al oído a Oppenheimer, un arma biológica sin restricciones puede ser el siguiente paso hacia la distopía. Y usted se preguntará qué encontraremos allí. Algo que Zaira ya le preguntó a Zaius: «¿Qué encontraré allí, doctor?» y él contestó: «Su destino».

To be continued. 

No cabemos. Serie de posts «The missing link» 1

          No se puede llenar un vaso de agua que ya está lleno, o eso dice la Ley del vacío. A mí también me lo dice el sentido común y la experiencia personal, sin necesidad de normas ni postulados. Las perogrulladas no necesitan ser explicadas casi nunca. La única excepción es cuando la evidencia alcanza un tamaño tan enorme que no se puede abarcar entera con la mirada y, como resultado, no la vemos. Algo de esto ocurre con la población mundial. No cabemos todos los que seremos.

          Nos podemos apretujar más: que si échate para allá, recoge un poco las piernas o no pongas los codos en la mesa, pero poco más. La demografía engorda como esas bolas de nieve que se alimentan de lo que pisa mientras rueda y crece ladera abajo. La ves venir y nada puedes hacer para detenerla. Nada se puede hacer a estas alturas del siglo para que en 2050 no seamos 10.000 millones de seres humanos en el planeta. El doble que hace apenas unas décadas. Y, usted sagaz lector, ya se habrá dado cuenta de que la Tierra tiene el mismo tamaño que entonces, y  el mismo que hace decenas de miles de años cuando acaso éramos una pandilla de primates.

          ¿Y luego qué? Pues salvo que alguien se saque de la manga un planeta adicional, cosa poco probable, tenemos un problema. Para entonces, como ya se está anunciando, los ricos nos habrán abandonado en sus cohetes y naves espaciales pertrechados con sus sombreros de copa y sus puros habanos. A buen seguro se llevarán los toros de lidia para seguir con las corridas, las escopetas para cazar etés y las bodegas llenas de mollate en barricas de roble francés. Aquí quedará lo que ahora se ha dado en llamar «la gente», sin más. La gente a pelo y sin naves espaciales. El problema es que como ricos no hay tantos, yo no conozco personalmente a ninguno, deduzco que lo que es gente vamos a seguir siendo demasiados para un solo planeta.

           Dicen los pájaros de mal agüero que un nuevo episodio de extinción total es inevitable (ELE) –EVEN LINK TO EXTINCTION—. Ya saben, lo de los dinosaurios y el meteorito. Sin embargo, si uno lo piensa con serenidad esa solución no nos resuelve el problema. La solución para tratar una uña del pie incardinada en el dedo gordo no es la eutanasia por mucho que se arregle el problema. De modo que sí, la población seguirá creciendo y creciendo de forma descontrolada. Les doy un dato clarificador: en los próximos 27 años se duplicará la población africana de los 1.200 millones actuales a 2.500 millones y a finales de siglo se rozarán los 4.000 millones de personas en ese continente. ¿Se ve mejor así? Los europeos tendremos en el sur a unos vecinos con una población 10 veces la de Europa. Y es muy posible que necesiten lo mismo que cualquiera: seguridad y alimentos, e incluso bienestar.

          Como yo no estaré aquí a finales de siglo para ver ni contar nada, y no tengo recursos para construirme un cohete, me he metido en el garaje de casa. Estoy revolviendo cajas para ver si me puedo construir un DeLorean capaz de viajar en el tiempo como en «Regreso al futuro». En cualquier caso les iré contando de qué va la serie «The missing link», sin hacer espóiler de lo que aún no ha visto la luz.  

          

El club de los sueños cumplidos

          En pocos lugares como en un club de lectura se vive la magia de los sueños cumplidos. Ayer, después de la escena final del encuentro se apagaron los focos, cayó el telón, cesaron los comentarios, y quedaron apaciguados los ánimos. Fue el momento de la verdad. Como ocurre en el teatro, en las tramoyas la ficción se revela y no se conforma con ser un invento del autor. Al contrario, se hace presente y como el famoso protagonista de madera de Carlo Collodi, lucha por alcanzar su alma de niño para ver cumplidos sus sueños.

          Collodi es una hermosa localidad de la Toscana en Italia. Allí hay un precioso parque dedicado a Pinocchio, la obra mundialmente conocida del escritor florentino Carlo Lorenzini que es su verdadero apellido. Ayer sábado, decía que en el primer aniversario del Club de lectura Sevilla, recibimos a Aldo Ares, un escritor argentino enamorado de Florencia. La obra que nos trajo: «El nieto del misionero». Un original artefacto literario repleto de pinceladas y anécdotas del Renacimiento. Sala llena, y una generosa participación de las nuevas incorporaciones a quienes aprovecho para expresarles una afectuosa acogida.

          Paso a paso, aprovechamos para dar un singular paseo partiendo de la Piazzale Michelangelo, era visita obligada la vista de la ciudad desde ese punto. Prendados del Duomo hicimos una incursión de la mano de personajes como Michelangelo, Savanorola, Leonardo o Los Medici, entre otros, por los vericuetos de las calles florentinas. Asistimos a alguna ceremonia inquisitorial y analizamos el papel de la Iglesia y sus papas en la época. Mientras caminábamos también nos llegó algo de música de reguetón, y el olor a horno de leña donde se preparaba la pasta para degustar con los caldos de la Toscana.

              Al final de la caminata, un poco cansados y acalorados hicimos una parada en el camino. Fue el momento de la tertulia más distendida, donde por aquello de tener presente nuestros orígenes, nos despachamos una paella junto con otras viandas. Que fácil fue entonces descubrir las ilusiones de quienes escriben o aspiran a hacerlo, de quienes leen y disfrutan con los mundos creados por los autores y del encuentro entre unos y otros.

             Mientras observaba la escena pensé que el Club de lectura Sevilla, que cumplía su primer aniversario, era también el Club de los sueños cumplidos. Desde la nada a una iniciativa que ya toma cuerpo. Y para celebrarlo, habíamos viajado a Florencia de la mano de Aldo Ares, hicimos de la ficción la virtud de sentirnos en las vidas de otros y en otro tiempo. La literatura es, ante todo, un lugar de encuentro atemporal en el que es posible crear una burbuja mágica en la que pasar unas horas aspirando a dejar de ser un muñeco de madera.   

          

Al calor de Lolita

          La Casa del Libro, un edificio de cuatro plantas en el centro de Sevilla, parecía un hormiguero en hora punta. Había caminado desde el Paseo de Colón zigzagueando entre turistas abrumados por el calor, carritos todoterreno de recién nacidos adormilados y algún que otro goloso lamiendo una bola de helado. Los grifos de cerveza, cercana ya la hora del mediodía, comenzaban a llenar los vasos y las jarras de una tropa sedienta. Al atravesar la puerta de la librería, mi agobio se vio reconfortado por el aire acondicionado y, sobre todo, al ver las colas en las cajas para comprar libros. También había sed de lectura y de conocer nuevas historias.

          En la última planta, destinada a las actividades culturales, en una cómoda sala que ya conocía, el Club de Lectura Sevilla nos había convocado al calor de Lolita. La célebre novela publicada en 1955 por Vladimir Nabokov. Una obra controvertida y criticada a partes iguales, tildada de genialidad o de simple pornografía, según quién y según cuándo la haya leído o se haya dejado llevar por la opinión de otros para subirse al carro de moda.

          La sala se llenó de lectoras con la novela en la mano, en el bolso o en el recuerdo. Pero todas, con un ojo crítico experto. No es fácil encontrar un público capaz de analizar en profundidad, de manera certera y desde múltiples perspectivas, un libro como Lolita. Se expusieron los sentimientos que su lectura provoca, sin duda en muchas personas, al tratar de un asunto como la pederastia. Lo fácil habría sido quedarse en ese punto y pasar página, pero no fue el caso. El debate fue mucho más enriquecedor y acertado, alejado de una simple corriente de opinión bien pensante.

          La mirada puesta en una sociedad hipócrita como la estadounidense de los años cincuenta, en el elemento denuncia implícito en la novela. El acento en la habilidad del autor para tocar a los personajes con respeto, para coser una historia con hilos de maestría literaria. Una de las participantes confesó que tras terminar la última página del libro había comenzado por la primera. Lo llevaba consigo, como se custodian los objetos a los que concedemos valor y el privilegio de acompañarnos a pasear un sábado por la mañana.

          El encuentro finalizó tras hora y media que a mí, personalmente, me pareció apenas un suspiro o una conversación casual con una amiga en cualquier esquina del centro de la ciudad. Volví a sumergirme en el mar de personas que inundaban el casco antiguo de Sevilla, con el calor añadido por la reunión de este Club de Lecturas. Noté tras de mí unos pasos más cercanos de lo habitual, me giré pero solo había sido una sensación mía. Sin embargo, al volver sobre mis pasos sentí que una voz grave me susurraba al oído: spasibo

Estas son mis tetas

          No dejes que tu teta izquierda sepa lo que hace la derecha. Ya sé que la celebre frase del Evangelio según San Mateo se refiere a las manos y no a las ubres de ningún animal mamífero, pero a lo que vengo da lo mismo. El significado bíblico es que las buenas obras hay que hacerlas sin ánimo de reclamar luego lealtad o sometimiento. O en estos tiempos que corren, sin pedir además el voto, la concesión a dedo o la subvención cuando toque.

          A mí me ha sorprendido mucho el concierto de Amaral en Teherán. Un país en el que la libertad de la mujer está cercenada, la discriminación es brutal y la vida femenina tiene como eje la anulación de su rol en la sociedad. Mucho les queda por pelear allí para alcanzar lo conseguido en España: que no haya un solo derecho que tengan los hombres que no lo tengan también las mujeres, entre otras cosas, porque aquí es ilegal e inconstitucional. Me parece bien que se apoye la causa de las mujeres que viven sin libertad y bajo la opresión de la República iraní. 

          Enseñar las tetas, y no me pregunten por qué, también ha sido habitualmente una forma de hacerse notar. No sé, me vienen a la memoria las de Marta Sánchez en el Interviú (lo menciono en la novela La novia del papa se desnuda), la de Janet Jackson en el escenario ¿A quién se le ocurre algo así? Creo que a Justin Timberlake, o más recientemente las de Rita Maestre en Nigeria en una capilla de Boko Haram. Allí las niñas son violadas y esclavizadas y esta valiente feminista, ahora más con pinta de monja católica, se lanzó a la lucha reivindicativa como debe ser. 

          En nuestro país tenemos la suerte de poder dedicar recursos públicos (impuestos) mil millonarios, para conseguir que no haya violencia machista contra la mujer (estadísticas aparte). Ha sido un gran logro del ministerio más feminista de la Historia, que además, ha conseguido que los violadores estén donde según ellas tienen que estar. Yo si te creo hermana. La lucha debe continuar, hace falta subir los impuestos aún más, y necesitamos que se monte siquiera una asociación que nos recuerde lo bien que lo hacemos. Alguna peli por lo menos que nos hable de lo machista que es Pepe o Paco, y nos recuerde la necesidad de integrar a Mohamed con sus costumbres avanzadas de libertad con las mujeres.

          Pensaba esto porque esta semana nos ha deslumbrado una artista cincuentona con su naturaleza al aire, para recordarnos la suerte que tenemos en España de tener quien nos enseñe la teta izquierda sin que la derecha lo sepa o mire para otro lado con tanto meneo. Sin esperar nada a cambio: ni publicidad, ni tendencias en redes ni que yo, por ejemplo, que nunca me han gustado sus tetas, escriba este comentario. 

 

Visible e invisible

          Visible o invisible, de eso va el libro que acabo de terminar. Es corto, se lee en una tarde. Lo escribe un periodista conocido en los medios de comunicación. El objetivo del «ensayo» es, según mi entendimiento, decir a los autores o creadores de contenidos que quienes mandan en este mundo son los periodistas. Este objetivo parte de una razón y una premisa: la razón es que ellos son los que mandan, la premisa que si no te sabes dirigir a ellos eres un ceporro. Por ejemplo, si envías un email y te permites unas líneas iniciales de saludo cortés es porque eres gilipollas y les haces perder el tiempo. 

         Yo a menudo pienso lo mismo de mi vecina del quinto. Algunas mañanas se sube al ascensor y me saluda con simpatía, me sonríe y me desea los buenos días. Estoy seguro de que es un tiempo perdido utilizado innecesariamente en los preliminares, y que por ello nunca se consuma la aventura durante el trayecto que, de eso no estoy muy seguro, ella piensa cada día.

          Desde que me dio por escribir e intentar hacerme hueco en el mundo de las letras, solo he encontrado gente que manda. Me refiero a individuos que no escriben ni crean contenidos, pero son los que mandan en el business. Tenemos a los editores, por supuesto, sin ellos nada que hacer. Pero hay que añadir a los libreros, correctores, diseñadores, marquetinianos, distribuidores y, por si fuera poco, los periodistas. Ellos deciden, antes eran los críticos a sueldo, quién es bueno, malo, o qué se da a conocer y qué no.  

          Esto no es nuevo. En el mundo de la música, por ejemplo, ha ocurrido siempre. Cuando el autor llega al plato de lentejas es porque ya ha dado de comer jamón de bellota y langostinos a un número de «gente necesaria» equivalente a cinco legiones romanas. Y si el creador de contenidos quiere jamón y langostinos tendrá que pescar 1 por cada 10 o cortar 10 lonchas para comer 1 y repartir las otras 9. Esto, antes de que Hacienda se arrime al pastel.

          Crear cosas: novelas, poemas, pinturas, estas cosas tradicionales que se comen una parte de nuestras vidas muy considerable, es de tontos y tontas. Por lo general lo hacemos palmando pasta, y cuando en alguna ocasión suena la flauta se sienta a la mesa hasta el Sursuncorda y ya, para colmo, que se llegue el periodista y te diga que además de tonto, te toca pagar la cuenta. 

                   

Las letras del 2022

          Hay diferencias de opiniones sobre el balance de las letras del 2022, sobre todo, si de novela hablamos. Las ferias del libro en España han tenido bastante éxito de público, no sé yo si de ventas, eso los editores y libreros lo sabrán mejor que nadie. En Madrid, desde luego, no cabía un alfiler en las horas de mayor afluencia, y en Sevilla pues más o menos lo mismo aunque en un espacio mucho más reducido. Son las dos ferias que he visitado y en las que he firmado ejemplares dos años después de la publicación de «La novia del papa se desnuda».

          También es cierto que se ha publicado mucho. De hecho, yo creo que con las diferentes fórmulas existentes cada vez hay más papel en las librerías. La oferta comienza a ser tan abrumadora que es casi imposible escarbar tanto sin terminar exhausto. Seguramente, a poco que usted haga algo de investigación descubrirá que en su bloque de vecinos hay media docena de escritoras. Otra cosa es si las conoce alguien o pasan de los 100 ejemplares vendidos.

          Decía Alberto Olmos, escritor y periodista, el pasado día 13 en su columna de El Confidencial, que el 2022 ha sido el peor año de la literatura en lo que va de siglo. No sé si tiene mucho que ver con la cantidad, aunque es posible que, si no directamente, puede que influya en ello. Y lo que quizá usted no sepa es que, aún así, lo que se publica es una ínfima parte de la avalancha de cosas que llegan a diario a las editoriales. La mayoría de las cuales o no se leen y van directamente al cubo, o no pasan ni el primer filtro.

          En mi opinión, gran parte de este vertiginoso descenso de la calidad viene de la mano de la premura por contar una y otra vez lo mismo, de manera machacona y cansina, porque es la línea gubernamental. Nos hemos comido un par de décadas contando lo buenos que eran los buenos y lo malos que eran los malos en España, y ahí seguimos aunque de forma ya atenuada por el hartazgo. Ahora toca mover a la fauna lectora hacia otras consignas.

          Decía Olmos en su artículo: «Casi todo el mundo ha escrito mal, muchos han ofrecido su peor novela y no pocas han fabricado la misma novela que su vecina, sobre tres generaciones de mujeres, cuatro generaciones de mujeres, cinco amigas de la infancia o no sé cuántas mujeres interesantísimas porque abarcan toda la paleta de colores del victimismo». No cabe duda de que son temas que tienen su público, y que las editoriales las publican y las queman en apenas 15 días, con frecuencia, pagando las autoras la mayor parte de su bolsillo.

          Lo que parece claro es que si en la feria del libro de Fráncfort, como ha ocurrido este 2022, había casi tanta casta política gobernante como escritores no puede ser casualidad. Que una gente que no pisa una librería ni por error, se desplace en masa a un acto de ese tipo solo puede tener una explicación: asegurarse de que se sigue contando lo que toca contar, el quién o el cómo se escriba es lo de menos.     

 

El éxito misterioso

          En el mundo artístico y literario el éxito misterioso es una constante difícil de explicar. Al menos, en la música, el cine y la literatura se produce con una frecuencia que casi es una regla no escrita. Incluso para autores o escritores de fama mundial es un fenómeno que viven en algún momento. Hay carreras que comienzan de forma anodina y sin que el público se fije en la obra y, un día, sin explicación aparente, se produce lo que en mi tierra se conoce como un pelotazo. También es cierto, que para la mayoría ese día no llega nunca o les llega después de muertos.

          Me fijaba en la pasada feria del libro de Sevilla en las obras que compartían mesa y expositor con mi novela durante la firma de ejemplares. La mayoría eran novedades de autores muy conocidos, muchos de ellos bestsellers de los que llenan las librerías de El Corte Inglés o FNAC por no citar a nadie en concreto. Escritores, en todo caso, de los que juegan en las ligas mayores con editoriales de primer nivel y amplia distribución y promoción.

          De algunos de ellos he leído sus obras más conocidas o, por así decirlo, la obra por la que el público en general los conoce. Recuerdo un par de casos allí presentes, junto a mi desconocida novela, que presentaban su lanzamiento o lo acababan de publicar en el último mes. Autores que vendieron cientos de miles de ejemplares de obras anteriores y se tradujeron a un buen puñado de idiomas. Aciertos de los que se escribieron ríos de tinta en medios especializados. 

          No pude menos que interesarme por la suerte de sus novedades, allí presentes al alcance de mi mano y de la de los lectores que visitaban la caseta de la librería Entrelíneas. Sus propietarios y mis anfitriones en ese evento, me contaban que no se vendían apenas aquellos libros, que prácticamente nadie, en definitiva, preguntaba por esos nuevos títulos a pesar del peso del nombre del autor en letra grande en la portada de diseño. Un misterio. Imagino lo que debe significar para alguien que toca una vez la gloria, verse de repente en el rincón de los no vendidos.

          Nadie sabe a ciencia cierta por qué se produce el éxito misterioso, qué concatenación de hechos, casualidades, rebotes o manos de duendes se confabulan para que se produzca. Nada es para siempre; dice el conocido refrán que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante. Pero también es cierto, que lo normal es que el éxito y la fama en las artes se evapore con rapidez y, además, se vuelva reticente a llamar a la misma puerta por segunda vez. 

 

Soñar despacio

          Cumplir con los deseos, a veces, requiere tener paciencia y soñar despacio. El corto plazo como criterio suele traer días con altos contenidos de decepción y dudas al no ver cumplidas las expectativas, en muchas ocasiones, no por desajustes con lo posible sino con los tiempos necesarios para darles cumplimiento. 

          Esta idea me pasaba por la cabeza durante los días de la feria del libro de Sevilla, en los que he tenido la suerte de volver a mi tierra y, además, hacerlo para conocer a otros escritores y lectores durante una sesión de firmas de mi primera novela. Ha sido una experiencia de esas con las que uno sueña cuando inicia un proyecto y que, como es lógico, no sabe si algún día se hará realidad.

          Recuerdo el mes de julio de 2020, fecha en la que salió al mercado La novia del papa se desnuda, como un tiempo muy complicado para todo el mundo. Días tristes que cuesta recordar sin sentir aquel vacío en el estómago; aquella incertidumbre acerca de si volveríamos a la normalidad o, en todo caso, qué aspecto tendría lo que empezó a llamarse «la nueva normalidad». La novela salió a la luz de forma modesta, sin promoción ni publicidad salvo la que yo mismo realizaba en redes sociales. No había presentaciones en librerías para nadie, como era lógico, ni tampoco se celebraron ferias del libro. Esto, unido a la dificultad de hacerse un hueco en las estanterías, me desanimó. 

         No podía imaginar que dos años más tarde, en junio de 2022 firmaría en la feria del libro de Madrid y en octubre en la de Sevilla. Si me hubieran enseñado las fotografías, los videos o la entrevista del Chester rojo de Publisher Weekly no lo habría creído. Habría pensado que eran mis sueños convertidos en un pasatiempo para hacerme sufrir.

          La determinación de no tirar nunca la toalla y aprender a soñar despacio me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida. Que yo recuerde, no he abandonado nunca un proyecto que haya decidido poner en marcha. Algunos me han traído más sombras que luces, y otros al contrario, pero los he sostenido con mano firme. Pienso en todo lo que se pierde cuando uno abandona algo que le gustaría ver hecho realidad, ya sea porque deja de creer en ello o porque elige un camino diferente. Prefiero que mis sueños me acompañen aunque, con el tiempo, tanto ellos como yo caminemos a solas siguiendo un rumbo incierto.